miércoles, 26 de febrero de 2014

Jaque a la soledad

El website del matutino porteño La Nación ha exhibido imágenes de diversas creaciones artísticas del uruguayo Carlos Páez Vilaró, fallecido días atrás a la edad de 90 años. Una de dichas imágenes exhibe un cuadro de reminiscencias cubistas, titulado Jaque a la soledad. En su cuadro, Páez Vilaró exhibe un ajedrecista aparentemente concentrado en un solitario ajedrecístico, efectuando una jugada de jaque con una pieza de su tablero de ajedrez.


  
Carlos Páez Vilaró. Jaque a la soledad (1995)


¿Está solo el ajedrecista de Páez Vilaró? A simple vista, sí; no parece tener ningún rival ante sí. Rivaliza consigo mismo. En su tablero se ven pocas piezas, como si el ajedrecista hubiese diezmado impiadosamente las piezas de su presunto autorrival.
El presunto solitario ajedrecístico de Páez Vilaró está siendo jugado por alguien consciente y temeroso de los riesgos de la soledad. De una soledad difícil de combatir. Es sugestivo que Páez Vilaró haya pintado Jaque a la soledad en 1995, con las vías de comunicación diversificadas por la expansión de la telefonía móvil y del advenimiento de la Internet. Con su Jaque a la soledadPáez Vilaró parece aludir a problemas comunicacionales aparentemente irresolubles en plenitud por una Humanidad tan capaz de autosatisfacerse como de autoboicotearse. Un jaque efectivo a la soledad podría beneficiarnos altamente. Pero, desde sus remotos albores, los seres humanos se han revelado tan capaces de entenderse mutuamente como de negar tajantemente toda posibilidad de entendimiento recíproco.  


martes, 25 de febrero de 2014

La matacía

A cada cerdo le llega su San Martín, reza un refrán rural español relativo a la costumbre campesina hispana de consumar la matacía (faena de cerdos) en torno al 11 de noviembre, día de un San Martín de Tours impuesto por los españoles como santo patrono de la capital argentina tras su refundación en 1580 (la versión argentina del refrán hispánico sustituiría el hispanismo cerdo por el argentinismo chancho). En 1880, año del tricentenario de su refundación, la Reina del Plata se desembarazaba a duras penas de su incómodo status dual de capital argentina y bonaerense y don Dardo Rocha emprendía frenéticamente la fundación de La Plata. La Reina del Plata sería, en lo sucesivo, la capital argentina y sanseacabó. ¡Que buscasen otra capital para la díscola provincia de Carlos Tejedor!
Aquel convulsionado año de 1880 era también el año del treintanario del fallecimiento de José de San Martín, inhumado en Francia desde su deceso. Ocasión harto propicia para repatriar los restos del Gran Capitán, cuyo nombre solería confundirse con el apelativo del santo de Tours al recitarse la versión argentina del refrán hispánico.
Los cerdos ocuparían algún lugar en la vida del Libertador. Sus padres habían nacido en España, cuyos monarcas cristianos del siglo XV habían decretado que el sol español no era digno de brillar sobre unos judíos y musulmanes renuentes a consumir carne porcina. En su adolescencia, José de San Martín, enrolado en el ejército español, había combatido a unos musulmanes norteafricanos seguramente refractarios al consumo de carne de cerdo.

Durante su larga vida, José de San Martín practicó una austeridad posteriormente practicada por otras notables figuras históricas argentinas: Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen, Lisandro de la Torre, Alfredo Palacios, Amadeo Sabattini, Ricardo Balbín, Arturo Illia... Dicha austeridad parece renacer actualmente con el papa Francisco, cuya austeridad es anterior a su pontificado. Siendo ya cardenal primado de la Argentina y arzobispo de Buenos Aires, el actual pontífice rechazaba la comodidad del palacio arzobispal (luego rechazaría los lujos del palacio papal) y se contentaba con un modesto cuartito, malamente protegido del crudo invierno porteño por una humilde estufa eléctrica. El futuro Papa no tenía automóvil oficial: el criticadísimo transporte público porteño bastaba perfectamente para sus visitas pastorales a los barrios porteños menos pudientes.

Al cerdo parecería imperioso atribuirle alguna impureza. Esa impureza bien podría ser la falta de austeridad. No es casual que la efigie sanmartiniana presida actualmente algunos de los billetes de banco argentinos de menor valor. El hombre austero no necesita grandes sumas de dinero para vivir decorosamente. Quizá sea ese el rasgo sanmartiniano más destacable en este nuevo aniversario del nacimiento del Padre de la Patria.


San Martín en billete de banco argentino (circulante en 2014)

lunes, 24 de febrero de 2014

Papa negra

24 de febrero de 1946. En una mañana calurosa, don José Cresto, vecino espiritista de Villa Soldati, aguarda pacientemente su turno para votar, munido de la voluminosa libreta de enrolamiento impiadosamente impuesta a los varones argentinos de su tiempo. En su casa han quedado su esposa, doña Isabel Zoila Gómez de Cresto, y la quinceañera riojana María Estela Martínez Cartas, ahijada espiritista del matrimonio Cresto, que vive con sus padrinos y prefiere ser llamada Isabel. Aún falta más de un año para que la Primera Dama María Eva Duarte de Perón aparezca en los balcones de la Casa Rosada exhibiendo orgullosamente una copia de la ley nacional de voto femenino, fruto de medio siglo de sufragismo. Isabel Martínez Cartas nació al norte de la provincia natal de Domingo Faustino Sarmiento, quien, en 1864, durante su gobernación, se adelantó a su época al otorgar el derecho de sufragio a sus comprovincianas. Más de ochenta años después, don José Cresto aguarda su turno para votar en los últimos comicios nacionales protagonizados por un electorado exclusivamente masculino. En su casa lo aguardan sus dos Isabeles, quienes el 11 de noviembre de 1951 aguardarán pacientemente su turno para votar, munidas de las libretas cívicas impuestas a las mujeres argentinas como sus primeras credenciales electorales.
Otro José espiritista participará del proceso electoral programado para ese 24 de febrero de 1946. Se apellida López Rega y ostenta un modestísimo grado de la Policía Federal, lo cual seguramente lo afectará a la custodia del comicio. Nació en 1916, año de la primera elección y asunción presidenciales de Hipólito Yrigoyen, electo y asumido por segunda vez en 1928. Munido de su libreta de enrolamiento, otro varón argentino aguarda pacientemente su turno para votar. Se llama Arturo Jauretche y no ha votado desde la segunda elección presidencial de Yrigoyen, aunque los varones argentinos estén legalmente obligados a sufragar desde 1912. Durante dieciocho años, Jauretche ha decidido infringir la Ley Sáenz Peña, que avalara las dos elecciones presidenciales de un Yrigoyen fervorosamente apoyado por Jauretche en épocas anteriores de su vida. La decisión de Jauretche obedece a su comprensible repugnancia por la reintroducción del fraude electoral, preconizada por la dirigencia conservadora de la Década Infame y combatida con éxito relativo por el presidente radical antiyrigoyenista Roberto Ortiz.
Ese 24 de febrero de 1946 lejos están de predecir Cresto, López Rega y Jauretche la estrecha ligazón que les unirá en el futuro a un Juan Domingo Perón emergido de los comicios como el primer presidente argentino elegido sin fraude electoral desde la segunda elección presidencial de Yrigoyen. Pese a la clarividencia atribuida al espiritismo, lejos está Cresto de ver la banda presidencial cruzada en un futuro lejano sobre el pecho de Isabelita, quien, con sus quince años recién cumplidos, se contenta con ensayar pasos de baile y desgranar al piano el Para Elisa de Beethoven. Pese a la clarividencia atribuida al espiritismo, lejos está López Rega de vislumbrar su futuro como cabo retirado ascendido a comisario general y el poder detrás del trono ocupado por Perón y su tercera esposa. Poco o nada parece saber de espiritismo ese Jauretche destinado por el primer gobierno peronista a la presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires y tan afecto a la lectura como enemigo del intelectual sin sensibilidad social. Sólo una cosa parece ser clara en esa calurosa mañana del 24 de febrero de 1946. Como reza el refrán político de moda: Sube la papa, sube el carbón, el 24 sube Perón. El carbón ennegrece la papa. Con los cabecitas negras sube la papa negra, seguramente recusada por los supuestos bien pensantes de la Argentina.

          
Boleta electoral peronista de 1946

domingo, 2 de febrero de 2014

Jardines de piedra






Escena de Jardines de piedra

En su película Jardines de piedra, estrenada en 1987, el gran cineasta estadounidense Francis Ford Coppola narra las vicisitudes de efectivos militares estadounidenses sufridamente abocados a sepultar a las numerosas víctimas fatales de la guerra de Vietnam en el cementerio militar estadounidense de Arlington, sepulcro de los muchos estadounidenses muertos en las guerras libradas por los Estados Unidos desde la Guerra Civil y conocido como Jardines de piedra, debido a la gran cantidad de lápidas de piedra albergadas en su amplio predio.

En mayo de 2000, el fallecimiento de Blanca, mi octogenaria abuela materna, me obligó a contactarme periódicamente con el ingrato e ineludible mundo de los Jardines de piedra. 
Mi  abuela, fallecida en plena posesión de sus facultades mentales, había heredado de mi abuelastro una respetable suma de dinero, proveniente de un cambio de firma comercial. Mi abuela siempre leyó mucho y una tarde de 1999 exhibió a mi madre un vistoso aviso publicitario del cementerio privado La Arbolada, publicado en una revista. Mi  abuela quería ser sepultada en dicha necrópolis, sita en la localidad bonaerense de Belén de Escobar. La última voluntad del difunto tiene fama de sagrada. Mi abuela debía ser sepultada en La Arbolada, tal como mi abuelastro, fallecido en agosto de 1998, debía ser inhumado, según su expreso pedido, en su panteón gremial del Cementerio de La Chacarita, donde en 2013 se cremaron sus restos y depositaron sus cenizas en un pequeño nicho cenicero, conforme a los reglamentos del titular del panteón.

Al fallecer mi abuela Blanca, La Arbolada nos asignó una parcela con derecho a tres sepulturas. Con los años, la parcela también albergaría los restos de Alfredo y Elena, mis abuelos paternos, respectivamente fallecidos en septiembre de 2003 y enero de 2009.

En enero de 2005, el nonagésimo aniversario del nacimiento de mi abuela Blanca me instó a empalmar una visita a La Arbolada con un compromiso social en la vecina localidad de Matheu. Desde 2010, el aniversario de nacimiento de mi abuela Blanca comenzó a compartir su mes con el aniversario de fallecimiento de mi abuela Elena. Desde 2015, ambos aniversarios compartirán su mes con el aniversario de fallecimiento de mi madre Elisa, fallecida el 14 de enero de 2014.
Esa progresiva acumulación de aniversarios ha convertido a enero en el mes de mi visita anual a La Arbolada y mis modestos homenajes in situ a mis mayores en los Jardines de piedra de Belén de Escobar. Y, aunque parezca mentira, siempre me ha costado un triunfo localizar mi primera parcela familiar de La Arbolada (la inhumación de mi abuela Elena colmó su capacidad reglamentaria, obligando a estrenar una segunda parcela contigua con el reciente entierro de mi madre). A diferencia de las muy visibles lápidas y panteones del cementerio público, las sepulturas de La Arbolada están pésimamente señalizadas con bloques de mármol semienterrados en hierba y dotados de espacio para las pequeñas placas identificatorias de las sepulturas. Mucho después de fallecer mi abuela Elena, yo seguía dependiendo de las instrucciones del personal de La Arbolada para localizar mi primera parcela familiar. En mi visita de 2012, me cansé de parecer un infradotado incapaz de ubicar la tumba de sus propios abuelos. Ese comprensible fastidio me emplazó a garabatear una orientación sintética sobre un pequeño instructivo de cartulina de La Arbolada, contenedor de los datos de mi primera parcela familiar. En mi visita de 2013, mis garabatos me permitieron guiarme sin ayuda por mis laberínticos Jardines de piedra, donde, a diferencia de los enterradores del film de Coppola, nunca debí, a Dios gracias, sepultar a ningún ser querido caído en ese monumento a la estupidez humana encarnado en cualquier acción bélica.




       

Nobleza de toga republicana

Juez Carlos Fayt
En la Francia del siglo XV, superadas la Guerra de los Cien Años y la Peste Negra, la autoridad real se había acrecentado notoriamente en detrimento del prestigio e influencia de la nobleza tradicional francesa (conocida como noblesse d'épée o "nobleza de espada"). El acrecentamiento de la influencia real acrecentó las necesidades fiscales de la Corona francesa, con la consiguiente venta de cargos públicos con chances de ennoblecimiento vitalicio y hereditario. La venta de cargos públicos se volvió moneda corriente en la Francia de los siglos XVI y XVII, con el consiguiente advenimiento de una noblesse de robe (o "nobleza de toga"), particularmente  gravosa para una Corona francesa frecuentemente obligada a eximir de impuestos a la nueva aristocracia.
En la Argentina de los siglos XIX a XXI, se suscitaría un fenómeno similar. En 1880, con la primera asunción presidencial del militar profesional Julio Argentino Roca, se consolidó la posición socioeconómica y política de una nueva clase dominante, comúnmente conocida como "la oligarquía". La coexistencia de militares y juristas en su seno motivó la contemporaneidad de las noblezas de espada y toga en su versión republicana argentina.
La nobleza de espada republicana argentina vería falsamente acrecentada su relevancia social con el advenimiento del golpismo, aparecido en escena en 1930, cuando el general José Félix Uriburu derrocó y reemplazó al presidente constitucional Hipólito Yrigoyen. Esa nobleza de espada reaparecería reiteradamente en la escena pública argentina durante el siguiente medio siglo. A mediados del decenio de 1980, el desastroso resultado de la experiencia procesista motivó el incipiente y progresivo desprestigio social de la nobleza de espada republicana argentina.
El desennoblecimiento de la nobleza de espada republicana argentina no se vería acompañado del desennoblecimiento de la nobleza de toga republicana argentina. En una Argentina con funcionarios ejecutivos y legislativos electivos con mandatos acotados, sigue siendo común encontrar funcionarios judiciales no electivos y aparentemente vitalicios, como lo revela claramente el juez Carlos Fayt, quien acaba de celebrar su nonagesimosexto cumpleaños en pleno ejercicio de un ministerio de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, que, teóricamente, debió haber jubilado hace 21 años, al cumplir la edad que obliga a todo arzobispo u obispo a elevar su renuncia al Papa. Pero parece que la nobleza de toga republicana argentina sólo está obligada a rendir cuentas ante Dios.