lunes, 24 de febrero de 2014

Papa negra

24 de febrero de 1946. En una mañana calurosa, don José Cresto, vecino espiritista de Villa Soldati, aguarda pacientemente su turno para votar, munido de la voluminosa libreta de enrolamiento impiadosamente impuesta a los varones argentinos de su tiempo. En su casa han quedado su esposa, doña Isabel Zoila Gómez de Cresto, y la quinceañera riojana María Estela Martínez Cartas, ahijada espiritista del matrimonio Cresto, que vive con sus padrinos y prefiere ser llamada Isabel. Aún falta más de un año para que la Primera Dama María Eva Duarte de Perón aparezca en los balcones de la Casa Rosada exhibiendo orgullosamente una copia de la ley nacional de voto femenino, fruto de medio siglo de sufragismo. Isabel Martínez Cartas nació al norte de la provincia natal de Domingo Faustino Sarmiento, quien, en 1864, durante su gobernación, se adelantó a su época al otorgar el derecho de sufragio a sus comprovincianas. Más de ochenta años después, don José Cresto aguarda su turno para votar en los últimos comicios nacionales protagonizados por un electorado exclusivamente masculino. En su casa lo aguardan sus dos Isabeles, quienes el 11 de noviembre de 1951 aguardarán pacientemente su turno para votar, munidas de las libretas cívicas impuestas a las mujeres argentinas como sus primeras credenciales electorales.
Otro José espiritista participará del proceso electoral programado para ese 24 de febrero de 1946. Se apellida López Rega y ostenta un modestísimo grado de la Policía Federal, lo cual seguramente lo afectará a la custodia del comicio. Nació en 1916, año de la primera elección y asunción presidenciales de Hipólito Yrigoyen, electo y asumido por segunda vez en 1928. Munido de su libreta de enrolamiento, otro varón argentino aguarda pacientemente su turno para votar. Se llama Arturo Jauretche y no ha votado desde la segunda elección presidencial de Yrigoyen, aunque los varones argentinos estén legalmente obligados a sufragar desde 1912. Durante dieciocho años, Jauretche ha decidido infringir la Ley Sáenz Peña, que avalara las dos elecciones presidenciales de un Yrigoyen fervorosamente apoyado por Jauretche en épocas anteriores de su vida. La decisión de Jauretche obedece a su comprensible repugnancia por la reintroducción del fraude electoral, preconizada por la dirigencia conservadora de la Década Infame y combatida con éxito relativo por el presidente radical antiyrigoyenista Roberto Ortiz.
Ese 24 de febrero de 1946 lejos están de predecir Cresto, López Rega y Jauretche la estrecha ligazón que les unirá en el futuro a un Juan Domingo Perón emergido de los comicios como el primer presidente argentino elegido sin fraude electoral desde la segunda elección presidencial de Yrigoyen. Pese a la clarividencia atribuida al espiritismo, lejos está Cresto de ver la banda presidencial cruzada en un futuro lejano sobre el pecho de Isabelita, quien, con sus quince años recién cumplidos, se contenta con ensayar pasos de baile y desgranar al piano el Para Elisa de Beethoven. Pese a la clarividencia atribuida al espiritismo, lejos está López Rega de vislumbrar su futuro como cabo retirado ascendido a comisario general y el poder detrás del trono ocupado por Perón y su tercera esposa. Poco o nada parece saber de espiritismo ese Jauretche destinado por el primer gobierno peronista a la presidencia del Banco de la Provincia de Buenos Aires y tan afecto a la lectura como enemigo del intelectual sin sensibilidad social. Sólo una cosa parece ser clara en esa calurosa mañana del 24 de febrero de 1946. Como reza el refrán político de moda: Sube la papa, sube el carbón, el 24 sube Perón. El carbón ennegrece la papa. Con los cabecitas negras sube la papa negra, seguramente recusada por los supuestos bien pensantes de la Argentina.

          
Boleta electoral peronista de 1946

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