martes, 29 de abril de 2014

El palacio del bife

Behold the mighty Englishman, 
He rules the Indian small, 
Because being a meat-eater 
He is five cubits tall. 

(Mirad al poderoso inglés/Que gobierna al pequeño indio/Porque como come carne/Tiene cinco codos de altura)

Versos sobre la dominación anglocolonial sobre la India, recitados por escolares indios hacia 1870

En 1857, la poderosa Compañía Británica de las Indias Orientales debió afrontar una enardecida rebelión de los indios hindúes y musulmanes sumados a su ejército privado en calidad de mercenarios. Los rebeldes, conocidos como cipayos, se pronunciaron contra sus amos europeos, que pretendían obligarles a morder cartuchos de fusil embadurnados de una grasa vacuna vedada al hindú y porcina prohibida al musulmán. La Compañía propuso fútilmente reemplazar la grasa por una cera de abejas autorizada por el hinduísmo y el Islam. La rebelión cipaya jaqueó duramente el centenario dominio de la Compañía sobre la India. La reina Victoria I de Inglaterra fue proclamada emperatriz de la India y designó un virrey para el subcontinente indio. 
La rebelión cipaya estatizó el dominio británico sobre la India. Hindúes anglicanizados como Jawaharlal Nehru renunciaron al vegetarianismo hindú practicado a rajatabla por un abogado hindú llamado Mohandas Karamchand Gandhi. Musulmanes europeizados como Mohammed Ali Jinnah desobedecieron los mandatos islámicos contra la carne porcina.
Una Inglaterra devenida en ama de la India también devino en la principal compradora de carne vacuna argentina. Una Francia presuntamente anglófoba proveyó, encarnado en el frigorífico de Charles Tellier, el recurso tecnológico necesario para ubicar a la Argentina entre las principales naciones exportadoras de carne congelada o enfriada. Los ingleses ganarían dos guerras mundiales con carnes argentinas enlatadas en sus morrales militares. Sus mal avituallados rivales argentinos de la guerra de Malvinas deberían robar ovejas kelpers para alimentarse.
En 1932, el gobierno inglés estremeció a la élite dirigente argentina al anunciar, en la Conferencia de Ottawa, su decisión de otorgar preferencia a los productos de los países pertenecientes a la Comunidad Británica de Naciones. El vicepresidente Julio Argentino Roca (h), primogénito de un prominente estanciero, viajó a Londres y negoció un acuerdo destinado a preservar las exportaciones argentinas de carne a Inglaterra. Su anglofilia le impedía percibir que Inglaterra había salido debilitada de la Primera Guerra Mundial, pese a su victoria militar, y que el poderío inglés empezaba a retroceder ante el poderío estadounidense.
En lo referente a carnes, la Argentina de 1932 era la antítesis de la India de 1857, poblada por hindúes vegetarianos y musulmanes renuentes a comer carne porcina. La inmigración europea había traído a la Argentina a judíos supuestamente obligados a abstenerse de carne de cerdo o con sangre, que, en la mayoría de los casos, dejarían, con los años, de comer kosher. La ínfima colectividad islámica argentina, más ceñida a unas normas dietéticas musulmanas similares a las israelitas, constituía un porcentaje insignificante de la creciente población total de una Argentina con una fama de carnívora remontable hasta sus tiempos prehispánicos. Pedro de Mendoza había debido dejar sus vacas junto a las ruinas de la primera fundación de la ciudad de Buenos Aires, acosada por indios alimentados con animales cazados sin armas de fuego. La tira de asado era el plato preferido del general José de San Martín, quien, según su cuestionable biógrafo Bartolomé Mitre, halló en el charquicán un alimento óptimo para el Ejército de los Andes. En Amalia, José Mármol pinta a su execrado Juan Manuel de Rosas devorando un abundante asado vacuno ante una Manuelita contentada con una modesta presa de pato. En El matadero, el antirrosista Esteban Echeverría pinta a unos matarifes rosistas martirizando a un unitario inocentemente apropincuado a un matadero en su silla inglesa. José Hernández pinta a Martín Fierro lamentando la desaparición de la carne con cuero.
A quienes osaban hacerse vegetarianos en la Argentina de los decenios de 1970 y 1980 les preguntaban cómo podían evitar la carne en el país de las vacas. En el Buenos Aires de esos años proliferaban los restaurantes vegetarianos de autoservicio, donde yo saciaba por poco dinero mi voraz apetito de adolescente solitario de escuálido bolsillo, en los almuerzos sabáticos, antes de deleitarme en los cines de Lavalle con las últimas novedades del glorioso cine argentino de los años alfonsinistas, para desconcierto de otros adolescentes, obnubilados por cuanto llevase, en materia cinematográfica, los estridentes colores del Tío Sam, como si la alianza antiargentina anglo-estadounidense de la guerra de Malvinas no les hubiera enseñado a desconfiar de la política latinoamericana del Gran País del Norte. En décadas recientes, unas abominables hamburgueserías multinacionales acentuaron la tendencia carnívora de muchos argentinos, cuya aparente incapacidad de boicotear a esos poderosos envenenadores internacionales contrasta llamativamente con la innegable capacidad de resistencia demostrada por los cipayos indios sojuzgados por la Compañía Británica de las Indias Orientales. Cabe preguntarse si los argentinos habrían avalado la rebelión cipaya de 1857.

    

    El palacio del bife, famosa parrilla marplatense 

domingo, 27 de abril de 2014

Dios no juega a los dados

Lejos debía estar el seminarista Jorge Mario Bergoglio, al orar por la memoria de san Juan XXIII en 1963, de pensar que estaba orando por uno de sus futuros canonizados. Lejos debía estar el arzobispo Bergoglio, al ser creado cardenal por san Juan Pablo II, en 2001, de pensar que estaba recibiendo el cardenalato de manos de un pontífice canonizado trece años después por un Bergoglio inesperadamente devenido en el papa Francisco. Lejos debía estar el cardenal Bergoglio, al ser derrotado en el cónclave cardenalicio de 2005 por un Joseph Ratzinger devenido en el papa Benedicto XVI, que estaba asistiendo a la elección papal del primer papa emérito consagrado en seis siglos. Lejos debía estar el cardenal Bergoglio, al volar hacia Roma para el cónclave cardenalicio de 2013, de pensar que faltaba poco más de un año para que Juan XXIII y Juan Pablo II fueran canonizados por un Bergoglio súbitamente trasladado del cardenalato emérito al papado.
Pero, como dijo Albert Einstein, Dios no juega a los dados. No es un especulador. Sabe lo que hace y debe hacer. Dios sabía lo que hacía al llamar a Benedicto XVI al papado emérito y al cardenal Bergoglio al pontificado. Y sabía lo que hacía al promover la canonización de los papas Roncalli y Wojtyla. Quienes, en el sepelio de san Juan Pablo II, exigían su canonización inmediata, hablaban por inspiración del Espíritu Santo, como el Florentino Ariza del recién fallecido Gabriel García Márquez. Aunque no fuesen duchos en teología, su exigencia debía ser escuchada. La voz del pueblo es la voz de Dios.

El papa Francisco y el papa emérito Benedicto XVI ante los retratos de san Juan XXIII y san Juan Pablo II, canonizados por el papa Francisco el 27 de abril de 2014
   

sábado, 19 de abril de 2014

Caminos y atajos

"Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. (...)
¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?
La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero (...) la carga más pesada es (...), a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. (...) la ausencia absoluta de carga hace que el hombre (...) sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes. (...) ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?"

Milan Kundera. La insoportable levedad del ser (1984)

Un retrato de Jesús, con la leyenda Yo soy el camino, decoraba mi cuarto de adolescente mucho antes de mi incorporación formal y voluntaria a la Iglesia Católica (postergada hasta mis veintidós años por el ateísmo anticlerical de mi padre, que había impedido que se me bautizara poco después de mi nacimiento, pese al deseo de mi madre, creyente, aunque no practicante activa de la religión católica). Mi hermana, heredera del ateísmo anticlerical de mi padre, estampó las siguientes palabras al pie de la imagen de Cristo: Marx es el atajo. Mi hermana sólo tenía doce años y, seguramente, no había leído a Marx ni la Biblia. 
Al preguntarse si el ser humano debe optar entre el peso y la levedad, Kundera se preguntó si el ser humano debe optar entre el camino y el atajo. Durante largos años, debí lidiar con gentes enviciadas con los atajos y renuentes a comprender mi predilección por los caminos, que, a menudo, me conducía a una dolorosa soledad, sumiéndome en el dilema de optar entre la dignidad del camino y la indignidad del atajo.
Anoche, noche de Viernes Santo, fui a ver la recién estrenada película estadounidense Hijo de Dios, relativa a la vida de Jesús de Nazaret, expresión antonomásica de la Humanidad amante del camino y martirizada por la Humanidad encandilada por el atajo. En Hijo de Dios, se recuerda el carácter engañoso del atajo, que tantos seres humanos tienen dificultad para percibir. La tenían en tiempos de Jesús y la siguen teniendo dos milenios después. Valorar el camino y eludir el atajo constituyen muy aceptables objetivos existenciales para la Humanidad actual. El sacrificio como ideal de vida siempre será más productivo que el ideal vital facilista, como bien hacía notar monseñor Jorge Casaretto hace casi un cuarto del siglo, al referirse a unos jóvenes susceptibles de caer en las garras del facilismo.
El camino siempre será preferible al atajo. El camino conduce a la realidad humana. El atajo conduce a peligrosos espejismos.

Diogo Morgado encarna a Jesús de Nazaret en Hijo de Dios

jueves, 17 de abril de 2014

El inmortal

Descubrí a Gabriel García Márquez a mis quince años, cuando devoré El amor en los tiempos del cólera recién desembarcado en las librerías porteñas, que le extendieron sus alfombras rojas alrededor de la Navidad de 1985. Mientras otros quinceañeros se encandilaban con Volver al futuro, yo descubría al Gabo
A lo largo de los años pasaron por mis manos El coronel no tiene quien le escriba, Cien años de soledadCuando era feliz e indocumentadoDe viaje por los países socialistasCrónica de una muerte anunciadaLa aventura de Miguel Littín, clandestino en ChileEl general en su laberintoDoce cuentos peregrinosNoticia de un secuestro... El inagotable universo del Gabo, con sus Aureliano Buendía y Florentino Ariza, desfilaba ante mis ojos en distintos momentos de mi vida. 
Acabo de saber que el Gabo ya no está más entre nosotros. Pero ese "ya no está más" se limita a su presencia física. En todos los demás aspectos, el Gabo es inmortal.


Trenes a San Pedrito


Boletos especiales del transporte público romano, emitidos con motivo de la ceremonia de canonización de los papas Juan XXIII y Juan Pablo II, prevista para el domingo 27 de abril de 2014
El arzobispo argentino Jorge Mario Bergoglio (hoy Papa Francisco) viajando en el subte porteño en 2008


En 2008, ningún  futuro papal parecía vaticinar para sí el austero cardenal Jorge Mario Bergoglio, arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina. Tres años antes, el cónclave cardenalicio lo había relegado a un segundo término en la elección del sucesor de Juan Pablo II, pronunciándose a favor del cardenal alemán Joseph Ratzinger, elevado al ministerio petrino bajo el anacrónico nombre papal de Benedicto XVI. En abril de 2005, enterrado el papa Wojtyla y asegurado su reemplazante, Bergoglio había retornado a su arzobispado porteño. 
El 17 de diciembre de 2011 Bergoglio cumplía 75 años, la edad máxima autorizada a un obispo en funciones. Bergoglio remitió su dimisión reglamentaria al papa Ratzinger y se resignó a esperar su jubilación y su ingreso en el geriátrico eclesiástico del barrio porteño de Flores. En febrero de 2013, Bergoglio seguía esperando su bien ganado retiro. Repentinamente, Benedicto XVI anunció su decisión de convertirse en el primer pontífice dimisionario en casi seiscientos años. En vez de seguir aguardando sus cuarteles de invierno, Bergoglio reemplazó los últimos calores porteños por los últimos fríos romanos, esperando hallar destinos menos sombríos en la ribera oriental del Atlántico. Y los halló, aunque al precio de reemplazar el cardenalato emérito por el papado, el status de estrella internacional y una nominación al Premio Nobel de la Paz. A los 76 años se abría ante Bergoglio, convertido en el papa Francisco, un destino impensado a su edad.
En 2008, con sus septuagenarias asentaderas estoicamente emplazadas sobre los duros bancos de madera del subte A, el actual pontífice, oriundo de Flores, distaba seguramente de imaginar que algún día el subte A llegaría a la Avenida San Pedrito, límite oficial entre Flores y Floresta. Y, seguramente, distaba aún más de imaginar que algún día poseería la potestad necesaria para decretar la canonización de dos pontífices. Uno de los pontífices canonizados por el papa Bergoglio sería Juan XXIII, fallecido apenas inaugurado el Concilio Vaticano II, con el joven Bergoglio sometido a los rigores del seminario. El otro pontífice canonizado por el papa Bergoglio sería Juan Pablo II, que creara el cardenalato de Bergoglio en 2001. El Bergoglio de 2008 distaba seguramente de imaginar que algún día el subte y colectivos romanos lanzarían boletos especiales para asistir a la ceremonia de canonización de los papas Roncalli y Wojtyla. Y, seguramente, distaba aún más de imaginar que dicha ceremonia sería presidida por un papa curiosamente apellidado Bergoglio.   


miércoles, 16 de abril de 2014

Cuentas de ovario

¡Saquen sus rosarios/de nuestros ovarios!, bramaban semanas atrás feministas abortistas izquierdistas apostadas ante la Catedral Metropolitana. Yo emergía en esos instantes de la estación Bolívar del subte E y temí que las indignadas manifestantes me hostilizasen al verme persignarme ante la Catedral y la iglesia de San Ignacio, que yo debía bordear en el trayecto peatonal comprendido entre la cabecera del subte E y mi domicilio particular. Afortunadamente, el trayecto peatonal de las rabiosas manifestantes difería del mío. Y, en una democracia, debe haber tanto espacio para las abortistas como para los católicos practicantes.
Al evocar su exilio alemán del decenio de 1970, Osvaldo Bayer manifestó haberse sentido tentado de invitar a los transeúntes berlineses más añosos a un vaso de vino y preguntarles qué habían hecho durante el nazismo. Al pasar cerca de las furibundas abortistas de Plaza de Mayo, quizá me hubiese gustado invitarlas a un café (las costumbres argentinas suelen ser más analcohólicas que las europeas) y decirles que, aunque yo me considerase católico y me enorgulleciera ser compatriota del papa Francisco, antiguo habitante de la Catedral, yo no podía sino estar plenamente de acuerdo con su postura, mal que les pese a los católicos más cerrados.
Un maravilloso proverbio anglófono nos insta saludablemente a ocuparnos de nuestros propios asuntos. Los rosarios son asunto de católicos practicantes. Los ovarios son asunto de mujeres y médicos.
Juan Pablo II, próximo a ser canonizado por Francisco, instaba a formar cadenas más fuertes que el odio y la muerte. Un rosario con cuentas de ovario constituiría la síntesis perfecta de las posturas confrontadas junto a la Catedral en el atardecer evocado en estas líneas pascuales.

Cartel abortista catalán con rosario múltiple de ovarios artificiales, exhibido contra la visita efectuada a España en noviembre de 2012 por el papa Benedicto XVI, que abdicaría pocos meses después

martes, 15 de abril de 2014

Musas inspiradoras

Las Musas griegas canónicas grabadas en un sarcófago preservado en el museo parisino del Louvre. De izquierda a derecha: Clío, Talía, Erato, Euterpe, Polimnia, Calíope, Terpsícore, Urania y Melpómene, musas inspiradoras de la Historia, de la comedia y poesía bucólica, poesía lírica-amorosa, música, cantos sagrados y poesía sacra, elocuencia, belleza y poesía épica, danza y poesía coral, astronomía, poesía didáctica y ciencias exactas y tragedia

Las musas inspiradoras no parecían ayudar particularmente al funcionario policial paquistaní incurrido días atrás en la insólita decisión de arrestar por intento de homicidio al bebé paquistaní Musa Kahn, quien, junto a ciertos adultos, habría apedreado a inspectores de la compañía de gas afectados al corte por impago del servicio de gas contratado por humildes habitantes de la ciudad paquistaní de Lahore. Las musas inspiradoras tampoco parecían ayudar particularmente al estudiante secundario estadounidense Alex Hribal, arrestado como presunto artífice material del ataque con armas blancas padecido por la comunidad educativa de Murrysville. Las musas inspiradoras tampoco parecen haber ayudado particularmente a la estadounidense Megan Huntsman, acusada de asesinar y esconder a siete bebés presuntamente paridos por Huntsman entre 1996 y 2006.
Las musas inspiradoras parecen, en cambio, haber ayudado al estudiante secundario estadounidense Nate Scimio, condiscípulo de Hribal y dador de la alarma de Murrysville. Con una mano herida por las cuchilladas de Hribal, Scimio accionó la alarma de incendios de la  Franklin Regional High School de Murrysville, que permitió detener la matanza en ciernes insinuada por Hribal. Pese a su corta edad, el antihéroe Hribal y el héroe Scimio pronto figuraban en la Internet, la gran dadora de alarmas de nuestro tiempo, con sus diferentes grados de recepción de los dones de las musas inspiradoras griegas y sus equivalentes en culturas más recientes.


Musa Kahn obligado a proporcionar sus impresiones digitales a las autoridades paquistaníes

Detención de Alex Hribal

Megan Huntsman

Nate Scimio

martes, 8 de abril de 2014

Por voluntad de Dios


5 de abril de 2014. El padre Carlos Varas, párroco catedralicio de la capital cordobesa, bautiza a Umma Azul, hija del matrimonio lésbico integrado por las señoras Karina Villarroel y Soledad Ortiz. Umma Azul es ahijada de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, representada en la ceremonia bautismal por su edecana naval Claudia Finocchio

En 1984 el periodista inglés David A.Yallop se preguntaba si el papa Juan Pablo I, fallecido el 28 de septiembre de 1978, tras 33 días de pontificado, había expirado por voluntad de Dios. Yallop sentaba las bases de la leyenda negra sobre el deceso del papa Luciani, imprudentemente alimentada por el gran cineasta estadounidense Francis Ford Coppola en su película El padrino III, rodada en 1990 y convincentemente refutada ese mismo año por el historiador español Ricardo de la Cierva en su libro El diario secreto de Juan Pablo I.
A esta altura de los acontecimientos, atribuir el deceso de Juan Pablo I a una "mano negra" tiene tan poco sentido como atribuir el fallecimiento de Mariano Moreno a un envenenamiento ordenado por enemigos políticos del secretario de la Primera Junta. Juan Pablo I y Mariano Moreno murieron por voluntad de Dios. Tarde o temprano, todo ser humano debe rendir cuentas ante el Altísimo.
Juan Pablo I y Mariano Moreno murieron por voluntad de Dios. Y, por voluntad de Dios, el octogenario párroco catedralicio de la capital cordobesa, padre Carlos Varas, bautizó a la pequeña Umma Azul, hija del matrimonio lésbico integrado por las señoras Karina Villarroel y Soledad Ortiz, quienes habían otorgado el madrinazgo de la niña a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, en señal de agradecimiento por la promulgación de la Ley de Matrimonio Igualitario, consumada por la actual mandataria argentina el 15 de julio de 2010, que permitiera a las señoras Villarroel y Ortiz unirse en matrimonio civil.
La Iglesia debe adaptarse a los cambios históricos. En la Argentina del decenio de 1880, la Iglesia debía aceptar la necesidad de las leyes de enseñanza laica y matrimonio civil. La Argentina del decenio de 1880 era un país tan mayoritariamente católico como la Argentina del decenio de 2010. Pero también era un país receptor de inmigrantes que no siempre profesaban la religión católica, que no tenían por qué convertirse al catolicismo, ni enviar a sus hijos a escuelas católicas. La Argentina y su Iglesia debían adaptarse al cambio histórico en puerta. Cien años después, la Iglesia argentina debía aceptar la necesidad de una ley definitiva de divorcio vincular, requerida para regularizar el estado civil de numerosos argentinos, como la hermana divorciada del primer Papa argentino. En años más recientes, la Iglesia argentina debía aceptar la necesidad de las leyes de Matrimonio Igualitario e Identidad de Género, requerida para regularizar el estado civil y genérico de los argentinos. Por voluntad de Dios, debía aceptarlo.

martes, 1 de abril de 2014

Pro patria texere

En 1987, María Elena Walsh prologaba un castellanizado epistolario anglófono, posteriormente incorporado como apéndice a su delicioso volumen autobiográfico Novios de antaño y principalmente producido por su abuela paterna inglesa Agnes Hoare, emigrada a Buenos Aires y secundada por su familia anglo-argentina al cartearse con su parentela británica entre 1872 y 1899. Al prologar su epistolario familiar, Walsh evocó su visita de 1954 a Maggie, su robusta y nonagenaria tía abuela escocesa de Londres, quien, según su sobrina nieta argentina, se había pasado dos guerras mundiales tejiendo para los soldados británicos.
El epistolario prologado por Walsh concluía en 1899, año natal de un Jorge Luis Borges empapado desde tempranísima edad de la exhaustiva cultura británica de su longevísima abuela paterna Frances Anne Haslam de Borges, tan inglesa como Agnes Hoare. Maggie, cuñada de Agnes, debía haber empezado a tejer para los soldados británicos al estallar la Primera Guerra Mundial. Mientras la Gran Guerra excitaba las agujas de Maggie, el niño Julio Cortázar reclamaba cuidados maternos, que quizá incluyesen ropas tejidas para el futuro escritor por su madre. En 1914, año natal de Cortázar, aún faltaban dieciséis años para el nacimiento de María Elena Walsh y alrededor de tres décadas para que Borges recibiera la visita de un Cortázar apropincuado a una revista literaria integrada por Borges, a quien Cortázar confiaría exitosamente el manuscrito de su cuento Casa tomada, protagonizada por una mujer llamada Irene, amante del tejido y obligada con su hermano a abandonar el caserón heredado de sus mayores y súbitamente invadido por intrusos.
En 1938, con la Segunda Guerra Mundial preanunciada por la ocupación alemana de Austria,  Mario Soffici, al estrenar su película Kilómetro 111, bien puede haber instruido al joven Cortázar.  En el film de Soffici, Pepe Arias encarna a Ceferino, un hombre buenazo cesanteado por una compañía ferroviaria británica por el presunto incumplimiento de sus obligaciones de jefe de una estación ferroviaria rural. Convocado a Buenos Aires a rendir cuenta ante sus superiores, Ceferino efectúa pintorescamente su fútil descargo a espaldas de un mapa ferroviario de la Argentina. Al enfocar el mapa, la cámara de Soffici se posa sugestivamente sobre esa eterna casa tomada argentina presuntamente encarnada en el archipiélago malvínico, cuya ocupación ilegal británica alcanzase su centenario en 1933, incitando a Alfredo Palacios a promover exitosamente la castellanización del texto francófono dedicado a las Malvinas por el Paul Groussac de 1910.
Kilómetro 111 bien puede haber entretenido los ocios infantiles de una María Elena Walsh procreada por el funcionario ferroviario anglo-argentino Enrique Walsh, orgullosísimo de su británica prosapia y del origen inglés de su empleador y fervorosamente alineado, durante la Segunda Guerra Mundial, con unos Aliados probablemente abrigados por los tejidos caseros de Maggie. Asumamos que la producción textil de la tía abuela de María Elena Walsh no tuvo el triste destino que, según se dice, tuvieron, entre otros donativos, los tejidos producidos por las agujas empuñadas junto al Obelisco, durante la Guerra de Malvinas, por señoras voluntariamente reunidas para tejer prendas de abrigo destinadas a los soldados argentinos y probablemente retenidas por unos jefes militares no siempre humanitarios. Dulce et decorum est pro patria texere ("Es dulce y honorable  tejer por la patria") parecían decir Maggie y las tejedoras argentinas, quienes parafraseaban inadvertidamente las palabras de Horacio y quizá supiesen tan poco latín como parecía saber la Irene de Cortázar, cuya placidez parecía recordar el origen griego de su nombre (Irene viene del griego Eirene, que significa "paz"). Maggie y las tejedoras argentinas tejían para los soldados. La Irene de Cortázar tejía para entretener sus ocios de rentista. De haber tejido por la patria, las turbas peronistas, aparentemente acusadas por el Cortázar de Casa tomada, no habrían privado a Irene del espléndido caserón de sus bisabuelos, presunto recordatorio de los palacetes franceses de la oligarquía antiperonista. Sabe Dios qué motivos tendría la Inglaterra de 1833 para privar a la Argentina del archipiélago malvínico. Y para seguir reteniéndole las Malvinas casi dos siglos después. Esas preguntas no son en absoluto ociosas en este año del centenario del nacimiento de Cortázar y del treintanario de su deceso. Como tampoco lo son en este nuevo aniversario del desembarco armado argentino efectuado en suelo malvínico hace 32 años.



      Ilustración confeccionada por Norah Borges, hermana de Jorge Luis Borges, para la primera edición del cuento Casa tomada, de Julio Cortázar, aparecida en 1946