martes, 25 de febrero de 2014

La matacía

A cada cerdo le llega su San Martín, reza un refrán rural español relativo a la costumbre campesina hispana de consumar la matacía (faena de cerdos) en torno al 11 de noviembre, día de un San Martín de Tours impuesto por los españoles como santo patrono de la capital argentina tras su refundación en 1580 (la versión argentina del refrán hispánico sustituiría el hispanismo cerdo por el argentinismo chancho). En 1880, año del tricentenario de su refundación, la Reina del Plata se desembarazaba a duras penas de su incómodo status dual de capital argentina y bonaerense y don Dardo Rocha emprendía frenéticamente la fundación de La Plata. La Reina del Plata sería, en lo sucesivo, la capital argentina y sanseacabó. ¡Que buscasen otra capital para la díscola provincia de Carlos Tejedor!
Aquel convulsionado año de 1880 era también el año del treintanario del fallecimiento de José de San Martín, inhumado en Francia desde su deceso. Ocasión harto propicia para repatriar los restos del Gran Capitán, cuyo nombre solería confundirse con el apelativo del santo de Tours al recitarse la versión argentina del refrán hispánico.
Los cerdos ocuparían algún lugar en la vida del Libertador. Sus padres habían nacido en España, cuyos monarcas cristianos del siglo XV habían decretado que el sol español no era digno de brillar sobre unos judíos y musulmanes renuentes a consumir carne porcina. En su adolescencia, José de San Martín, enrolado en el ejército español, había combatido a unos musulmanes norteafricanos seguramente refractarios al consumo de carne de cerdo.

Durante su larga vida, José de San Martín practicó una austeridad posteriormente practicada por otras notables figuras históricas argentinas: Leandro Alem, Hipólito Yrigoyen, Lisandro de la Torre, Alfredo Palacios, Amadeo Sabattini, Ricardo Balbín, Arturo Illia... Dicha austeridad parece renacer actualmente con el papa Francisco, cuya austeridad es anterior a su pontificado. Siendo ya cardenal primado de la Argentina y arzobispo de Buenos Aires, el actual pontífice rechazaba la comodidad del palacio arzobispal (luego rechazaría los lujos del palacio papal) y se contentaba con un modesto cuartito, malamente protegido del crudo invierno porteño por una humilde estufa eléctrica. El futuro Papa no tenía automóvil oficial: el criticadísimo transporte público porteño bastaba perfectamente para sus visitas pastorales a los barrios porteños menos pudientes.

Al cerdo parecería imperioso atribuirle alguna impureza. Esa impureza bien podría ser la falta de austeridad. No es casual que la efigie sanmartiniana presida actualmente algunos de los billetes de banco argentinos de menor valor. El hombre austero no necesita grandes sumas de dinero para vivir decorosamente. Quizá sea ese el rasgo sanmartiniano más destacable en este nuevo aniversario del nacimiento del Padre de la Patria.


San Martín en billete de banco argentino (circulante en 2014)

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