domingo, 30 de marzo de 2014

Sanseacabó mártir perpetuo


Quino. Mafalda, c.1970

Los precoces niños de Mafalda asistían a escuelas estatales porteñas durante la pacata dictadura de la Revolución Argentina. Lo cual no les impedía aprender y tener clase sin contratiempos particularmente graves. Lo mismo puede decirse de niños escolarizados por esos años o bajo las demás dictaduras argentinas del siglo XX.
Mi abuelo Alfredo se enorgullecía de tener un hijo educado en la escuela y universidad públicas. El presidente Juan Domingo Perón fue sangrientamente derrocado poco después del ingreso de mi padre al Colegio Nacional de Adrogué, escuela secundaria pública dotada de un merecido prestigio académico en el decenio de 1950. La dictadura de la Revolución Libertadora promovió persecuciones políticas que no impidieron que mi padre egresara de la escuela media con suficiente calidad formativa para afrontar las exigencias de la prestigiosa UBA del periodo 1955-1966, donde mi padre pudo adquirir una aceptable formación profesional, recibida a despecho de los condicionamientos castrenses impuestos a las presidencias constitucionales de Arturo Frondizi, José María Guido y Arturo Illia. Los atroces rigores de la dictadura procesista no impedirían que mi hermana egresara de la escuela primaria estatal de Catalinas Sur con suficiente calidad formativa para afrontar las exigencias del Colegio Nacional de Buenos Aires.
Treinta años de democracia ininterrumpida no parecen haber bastado para impedir el deterioro progresivo de la escuela y universidad públicas argentinas. Exenta de tutelas dictatoriales, la ingerencia político-sindical en ámbitos educativos estatales ha tornado cuasi-irrespirable la atmósfera de muchas escuelas y universidades públicas argentinas, con el  consiguiente éxodo forzado de miles de educandos a establecimientos educacionales de gestión privada.
No objeto la validez de los reclamos político-sindicales, pero sí su desmesura. No pueden defenderse los derechos de unos sobre la base del cercenamiento de los derechos de otros. Bajo las peores dictaduras, millares de niños, adolescentes y adultos jóvenes argentinos asistieron, quizá temerosos de represalias, a establecimientos educacionales estatales. En los últimos tres decenios, miles de infantes, teenagers y jóvenes argentinos han debido optar entre convertirse en clientes de la educación privada y encarnar el martirio perpetuo impuesto a Sanseacabó en establecimientos educacionales estatales. El reciente conflicto sindical docente bonaerense, extendido durante 18 días, revela la imperiosa necesidad de conciliar la defensa de derechos con el cumplimiento de obligaciones. Unos y otras son imprescindibles para seguir consolidando la democracia y exorcizando los fantasmas golpistas, neoliberales y nepotistas del pasado nacional.    

miércoles, 26 de marzo de 2014

El decimoquinto Dalai Lama

El 17 de diciembre de 1933, tres años antes de nacer el Papa Francisco, fallecía Thubten Gyatso, el decimotercer Dalai Lama. Le reemplazó interinamente el regente fragatino Reting Rinpoché. En 1937, un sueño premonitorio incitó a Rinpoché a disponer la búsqueda del sucesor efectivo del Lama fallecido. Los emisarios de Rinpoché hallaron al decimocuarto Dalai Lama encarnado en el niño Lhamo Dondhup, nacido el 6 de julio de 1935 en el poblado tibetano de Takser y devenido en el decimocuarto Dalai Lama en 1939, bajo el nombre de Tenzin Gyatso. Debido a su corta edad, recién fue coronado el 17 de noviembre de 1950, cuando la amenaza chino-comunista se cernía sobre un Tibet finalmente anexado a China en 1959, con el consiguiente destierro indio del decimocuarto Dalai Lama, extendido hasta la actualidad. En 1949, Mao tsé-Tung había proclamado la República Popular China. Como Karl Marx, Mao debía suponer que la religión era el opio de los pueblos. En la nueva China había que construir represas hidroeléctricas, no rezar a Buda. 
Mao falleció en 1976. Su sucesor Deng Xiaoping, a diferencia de su endiosado predecesor, no consideraba que el capitalismo y el comunismo fuesen incompatibles entre sí. La China posmaoísta podía ser comunista en lo político y capitalista en lo económico. Pero China debía seguir siendo, según sus nuevos gobernantes, tierra vedada a la religión, aunque Juan Pablo II hiciera buenas migas con Mijail Gorbachov y Fidel Castro, sin que nadie perdiese el tiempo acusando a Gorbachov y Fidel de traición al comunismo. Evidentemente,  Deng, hombre con fama de buen lector, no disponía de traducciones al chino del célebre ensayo weberiano sobre la liaison histórica entre capitalismo y protestantismo, admirablemente analizada por José Carlos Mariátegui, contemporáneo de Max Weber, en sus Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana.
El niño tibetano Lhamo Dondhup sólo tenía dos años de edad cuando los emisarios de Reting Rinpoché concluyeron que el infante de Takser reunía los requisitos para ser embarcado hacia Lhasa y entronizado como el nuevo líder espiritual vitalicio del Tibet. Obviamente, los emisarios de Reting Rinpoché no podían vaticinar que a Lhamo Dondhup le aguardaba más de medio siglo de reinado en el exilio. Los niños chinos Hu Siwanchd, Wang Moheng y Zhao Yingxinchd y el infante chino-estadounidense Zhang Yan sólo tenían dos o tres años de edad cuando las autoridades migratorias malayas dictaminaron que los cuatro niños reunían los requisitos para ser embarcados hacia Beijing a bordo del sentenciado vuelo MH370 de Malaysia Airlines, decolado el 8 de marzo de 2014 en Kuala Lumpur y aparentemente engullido por los voraces abismos del Océano Índico, con sus 239 ocupantes.      
Si el anciano Tenzin Gyatso falleciese hoy, Hu Siwanchd, Wang Moheng, Zhao Yingxinchd y Zhang Yan podrían contarse entre sus eventuales sucesores, asumiendo que los infantes fuesen tibetanos y la cultura ancestral tibetana estuviese exenta de la impiadosa injerencia de la China comunista-capitalista. Los emisarios de Reting Rinpoché negaron que la cortísima edad de Lhamo Dondhup fuese obstáculo para investirlo del poder lamaísta. Tal como los voraces abismos del Océano Índico parecen haber negado que la cortísima edad de Hu Siwanchd, Wang Moheng, Zhao Yingxinchd y Zhang Yan sea obstáculo para sentenciarlos a una muerte prematurísima y horrenda. Los voraces abismos del Océano Índico parecen haberse fagocitado a infantes que, en el mundo tibetano, podrían haber figurado entre los aspirantes a la dignidad del decimoquinto Dalai Lama.

  
Hipotético accidente fatal del MH370 (Dibujo Daily Star-Londres-15.03.2014)

lunes, 24 de marzo de 2014

Los de siempre


Cnel.(R) Aliberto Rodrigáñez Ricchieri (foto de 2013)

El 28 de junio de 1966, un joven teniente de Granaderos, nacido en 1942 y llamado Aliberto Rodrigáñez Ricchieri, desempeñaba la jefatura de guardia en la Casa Rosada, sobre la cual avanzaban las huestes golpistas del general Juan Carlos Onganía, con la intención de derrocar al presidente constitucional Arturo Illia. Enterado del golpe militar en ciernes (el quinto en 36 años y el segundo en cuatro años), Rodrigáñez Ricchieri, descendiente de un soldado sanmartiniano y amante de la música clásica, intentó detener el nuevo avance anticonstitucional apostando dos ametralladoras y treinta granaderos en la sede del Poder Ejecutivo Nacional, lo cual impelió a algún colega suyo a considerarlo demente. Como si el golpismo fuera menos demencial.
La solitaria resistencia de Rodrigáñez Ricchieri constituía un triste recordatorio de una sociedad argentina atravesada, desde 1930, por un golpismo principalmente emblematizado por el denominado "partido militar". Entre 1930 y 1943, el "partido militar" ayudó al conservadurismo a tratar de recuperar la hegemonía detentada por el conservadurismo desde 1880 y principalmente cimentada en prácticas electorales fraudulentas sistematizadas hasta la promulgación de la Ley Sáenz Peña en 1912. Entre 1916 y 1928, la Ley Sáenz Peña amparó tres de los comicios presidenciales más transparentes de la historia político-electoral argentina, cuyo resultado no podía sino disgustar sobremanera a la élite conservadora, pues favorecía al radicalismo, primer gran rival histórico del conservadurismo, pese a la filiación socioeconómica oligárquica del presidente radical Marcelo Torcuato de Alvear. A la élite conservadora tampoco podía agradar que el dirigente radical antiyrigoyenista Roberto Ortiz hubiese aceptado llegar a la Casa Rosada mediante comicios fraudulentos y que, en 1940, el presidente Ortiz hubiese intentado combatir el fraude electoral al decretar la intervención federal contra el baluarte bonaerense del fraude comicial conservador. la élite conservadora no podía sino tranquilizar que la mala salud del presidente Ortiz allanase la asunción presidencial del vicepresidente conservador catamarqueño Ramón Castillo, neto partidario del fraude electoral.
El derrocamiento del presidente Castillo y el advenimiento del peronismo revelaron a la élite conservadora la inviabilidad irreversible del fraude electoral. La élite conservadora debió buscar mecanismos alternativos para preservar su poder político y socioeconómico del avance arrollador del peronismo. Los encontró en la alianza con elementos sociales, políticos y militares antiperonistas, que posibilitaría el derrocamiento y destierro del presidente Juan Domingo Perón en septiembre de 1955. Perón había obtenido su primera presidencia en los comicios nacionales del 24 de febrero de 1946, felizmente exento de las prácticas electorales fraudulentas preconizadas por el conservadurismo entre 1880 y 1912 y entre 1930 y 1943. La reforma constitucional de 1949 había permitido que Perón obtuviese cómodamente su reelección presidencial en las elecciones nacionales del 11 de noviembre de 1951, que también permitieron ampliar los alcances de la Ley Sáenz Peña al permitir un sufragio femenino imprevisto por la normativa comicial sáenzpeñista. Aunque el autoritarismo peronista atentase contra el fair play político-electoral, las elecciones nacionales celebradas bajo el primer peronismo deben situarse entre los comicios más transparentes de toda la historia político-electoral argentina.
En 1955, con el peronismo sindicado como su segundo gran rival histórico, la élite conservadora, avalada por el "partido militar", reconquistó nuevamente el poder gubernativo por la vía golpista, al deponer a Perón e instaurar una dictadura autodenominada "Revolución Libertadora". La dictadura uriburista y los fraudulentos gobiernos electivos conservadores de la "Década Infame" habían apelado al fraude electoral para impedir el retorno al poder del radicalismo. Pero la Argentina de 1955 no era la Argentina de 1930: los primeros gobiernos peronistas no habían logrado desterrar el autoritarismo político, pero sí neutralizar definitivamente el fantasma del fraude electoral. Tras derrocar y expatriar a Perón, la élite conservadora comprendió que no podía preservar su mal reconquistado poder gubernativo mediante los mismos métodos político-electorales non sancta estilados en épocas anteriores. Exonerado Perón, la proscripción del peronismo y la tutela militar-conservadora sobre gobiernos electivos parecían los recursos más recomendables para preservar el poder gubernativo de la élite conservadora. En la Argentina de 1955 no parecía viable la dictadura vitalicia impuesta a España en 1939, con la consiguiente necesidad de alternar gobiernos dictatoriales con administraciones civiles tuteladas por sus predecesores de facto. El radicalismo, nuevamente dividido, parecía el aliado más aconsejable del endurecido golpismo, pero terminó siendo su víctima propiciatoria: los presidentes radicales Arturo Frondizi y Arturo Illia fueron respectiva e impiadosamente derrocados por sus presuntos protectores en 1962 y 1966. A Frondizi lo sucedió su correligionario José María Guido, verdadero presidente-títere del "partido militar". A Illia le esperaba un singular sucesor presidencial: el general Juan Carlos Onganía, quien pretendió erigirse en el Francisco Franco argentino del decenio de 1960.
Onganía instauró una dictadura pomposamente autodenominada "Revolución Argentina". Lélite conservadora, aunque nunca abjuraría de su rabioso antiperonismo, desechó la proscripción del peronismo como recurso para preservar su poder, redoblando su apuesta hasta el extremo de preconizar la despolitización absoluta de la sociedad argentina. Onganía disolvió el Congreso y los partidos políticos y suprimió la autonomía de las muy politizadas universidades argentinas. En mayo de 1969, el Cordobazo reveló la inviabilidad de la despolitización promovida por la élite conservadora a través de su portavoz militar de turno. Al año siguiente, el fin del Onganiato se vio precipitado por el secuestro y asesinato del ex dictador antiperonista Pedro Eugenio Aramburu, perpetrados y reconocidos por elementos juveniles armados peronistas. Destituido por sus colegas militares, Onganía fue reemplazado por el general Roberto Marcelo Levingston, desplazado nueve meses después, tras un infructuoso reintento de despolitizar la Argentina, cuyos grupos guerrilleros empezaban a ensangrentar insensatamente la política nacional. El presidente Levingston fue sucedido por el general Alejandro Agustín Lanusse, quien demostró un realismo político condicionado por su terco antiperonismo, que no le permitiría presenciar con agrado la previsible restauración peronista. El 25 de mayo de 1973, Lanusse, último dictador de la "Revolución Argentina",  debió entregar los símbolos presidenciales al veterano político peronista Héctor Cámpora, que había presidido la Cámara Baja federal durante la primera presidencia peronista y padecido en carne propia los rigores del antiperonismo de la Revolución Libertadora. Su lealtad a Perón le obnubilaba hasta el punto de no percibir que el Perón de 1973, achacoso y cuasi-octogenario, no era el Perón vigoroso y quincuagenario conocido por el Cámpora de 1946-1955. El alarmante déficit camporista de realismo político allanó el camino hacia las harto insensatas presidencias de los esposos Perón, la intervención militar de 1976 y el primer capítulo del neoliberalismo socioeconómico argentino. Terrorismo de Estado y neoliberalismo socioeconómico constituyeron los principales componentes de la última intervención golpista de una élite conservadora resignada, tras el contundente fracaso del tardogolpismo carapintada de 1987-1990, a unas alianzas peronista-liberal y radical-frepasista traducidas en el segundo capítulo del neoliberalismo socioeconómico argentino, redactado entre 1989 y 2001.  
Rodrigáñez Ricchieri se retiró del cuerpo de Granaderos con el grado de coronel, en 1988, año de los alzamientos carapintadas de Monte Caseros y Villa Martelli, probablemente saturado del golpismo. Rodrigáñez Ricchieri descendía por línea materna del general Pablo Ricchieri, instaurador en 1901 de un servicio militar obligatorio devenido en fuente de múltiples abusos del "partido militar" contra la "sociedad civil" y felizmente abolido en 1995, tras el asesinato del conscripto neuquino Omar Carrasco. En 2013, el diputado nacional macrista Federico Pinedo pareció incitar a la élite conservadora ligada a Pinedo (los "50 tipos de siempre" postulados por Raúl Piñero Pacheco) a recompensar simbólicamente a Rodrigáñez Ricchieri mediante la imposición de su nombre y apellidos a uno de los accesos a una Casa Rosada infructuosamente defendida por Rodrigáñez Ricchieri en una fría mañana de 1966. El repudio de "los de siempre" constituye el mejor homenaje tributable a la patética soledad de los Rodrigáñez Ricchieri  en este nuevo aniversario del derrocamiento de la primera mujer instalada en el Sillón de Rivadavia, conmemorado durante el segundo mandato del segundo presidente argentino de género femenino.
    
  

domingo, 23 de marzo de 2014

Pastel de duraznos

En diciembre de 1982 la película estadounidense E.T., el extraterrestre, dirigida por Steven Spielberg, conmocionó mis doce años de edad. En el film de Spielberg, un Henry Thomas de once años encarnaba a un niño estadounidense llamado Elliott, procedente de un hogar problematizado por el divorcio de sus padres y la partida de su padre hacia México. Elliott devenía súbitamente en protector de un sensible alienígena abandonado a su suerte en la Tierra y posteriormente reintegrado a su planeta natal. La vida no era fácil para Elliott: en el decenio de 1980, un hijo de padres divorciados no podía aspirar a la misma contención socioafectiva y legal que en la actualidad (la Argentina recién instituiría la patria potestad compartida en 1985 y el divorcio vincular dos años después). Y, como si no tuviese bastantes problemas en su casa, Elliott debía convivir con un alienígena inicialmente ocultado a su problemática familia.
La vida tampoco es fácil para Henry Wheeler, joven tocayo ficticio de Henry Thomas, encarnado por un Gattlin Griffith dirigido por Jason Reitman en su película Aires de esperanza. Henry Wheeler tiene su cuarto presidido por un afiche de E.T. y cuenta 13 años en el verano boreal de 1987. Debe lidiar simultáneamente con su incipiente crisis de la adolescencia y la convivencia con una madre depresiva y divorciada, llamada Adele y encarnada por Kate Winslet. En un día festivo, Adele y Henry van de compras al centro comercial de su pequeña localidad de residencia, donde son interceptados por Frank Chambers, encarnado por Josh Brolin y afectado por el sangrado externo de la herida quirúrgica de su reciente apendicectomía. Frank les pide a Adele y Henry que lo cobijen en su casa, donde Adele y Henry encienden el televisor, que, en presencia de Frank, revela que Frank se ha evadido de una cárcel cercana, donde cumplía una condena de dieciocho años por homicidio. En su película, Reitman pinta a Frank como un ex combatiente de Vietnam, quien mató accidentalmente a su esposa Mandy durante una discusión, en cuyo decurso Frank negara la paternidad de una niña portada en el vientre de Mandy y ahogada en una bañadera.
En E.T., Henry Thomas encarnaba a un Elliott súbitamente devenido en protector de un  alienígena. En Aires de esperanza, Gattlin Griffith encarna a un Henry repentinamente convertido en protector de un Frank finalmente reencarcelado con una pena adicional de veinticinco años de prisión. Durante su breve convivencia con Adele y Henry, Frank demostrará que no carece en absoluto de sensibilidad humana, como lo demostrará cuando una vecina pida a Adele que cuide por un día a su hijo con discapacidad mental, confinado a una silla de ruedas. También se mostrará hábil en los más variados oficios manuales, como la pastelería, según lo demostrará al enseñar a Adele y Henry a preparar el suculento pastel rellenado con los duraznos generosamente cedidos por un vecino. La enseñanza de Frank será bien tenida en cuenta por Henry, quien, ya adulto, devendrá en un exitoso pastelero. Frank se enterará del éxito profesional de Henry a través de una revista leída por Frank en el tramo final de su largo encarcelamiento. Impelido por la noticia, Frank envía una carta a Henry, cuya madre viera bruscamente interrumpido su incipiente amorío con Frank a raíz del prolongado reencarcelamiento de este último. Henry contesta la misiva de Frank, indicándole dónde puede ubicar a Adele, con quien Frank reinicia su relación sentimental al salir de la cárcel, revelando que la problemática afectiva, pese a su frecuente complejización, no es irresoluble. Y que, bien trabajada, puede rendir frutos tan apetecibles como el pastel de duraznos preparado por Adele y Henry bajo la supervisión de Frank.   


Kate WinsletGattlin Griffith y Josh Brolin en Aires de esperanza

miércoles, 19 de marzo de 2014

Aventura peligrosa

Hace muchísimos años Juan José Sebreli afirmaba haber nacido en un 1930 conmovido por la "aventura peligrosa" de la aviación. Sebreli tenía algo de razón. Un avión de 1930 no era un avión de 2014, aunque el Buenos Aires de 1926 hubiese presenciado el sereno amerizaje del hidroavión transatlántico español Plus Ultra.  Por algo se conceptuó de héroe al intrépido aviador solitario estadounidense Charles Lindbergh, que en 1927 cruzó el Atlántico septentrional en su insignificante monoplaza Spirit of Saint Louis. Lindbergh bien podría haber acabado haciéndole compañía a los mil quinientos cadáveres sepultados quince años antes junto al Titanic, en una fosa submarina ubicada, a cuatro kilómetros de profundidad, en un Atlántico septentrional audazmente sobrevolado por Lindbergh.
Se supone que un avión de 2014 es más seguro que un avión de 1930. Pero esa afirmación ha sido bruscamente objetada por la misteriosa desaparición de un avión comercial malayo, del cual no se tienen noticias desde su último despegue, efectuado en Kuala Lumpur el 8 de marzo último pasado.
La desaparición de la aeronave malaya induce a preguntarse si, en 2014, la aviación no conservará algo del peligro atribuido por Sebreli a la aviación estilada en 1930. Lindbergh era un aviador solitario embarcado en una aeronave cuasi-artesanal y aterrizado sano y salvo en París. La desaparecida aeronave malaya, muy afanosamente buscada, era un avión del primer cuarto del siglo XXI, con 239 seres humanos a bordo, de los que ni siquiera se sabe si están vivos o muertos. Nadie sabe dónde está el avión malayo, ni qué le pasó. En 2014, ¿sigue siendo la aviación la aventura peligrosa postulada por Sebreli para el mundo de 1930?

  
Dibujo infantil de aliento a las 239 personas embarcadas en un avión comercial malayo, misteriosamente desaparecido el 8 de marzo de 2014

domingo, 16 de marzo de 2014

Volver al clóset

Murió Jorge Ibáñez
Jorge Ibáñez

Salir del clóset: frase habitualmente aplicada, en años recientes, a homosexuales repentinamente animados a reconocer públicamente su homosexualidad. En el caso argentino, dicha conducta se ha visto estimulada por la promulgación de ciertas leyes, como las de Matrimonio Igualitario e Identidad de Género, amén de ciertas expresiones alentadoras del Papa Francisco, quien ha negado que su autoridad pontificia le permita condenar a la Humanidad no heterosexual y que la heterosexualidad sea requisito sine qua non para creer en Dios.
Por estos días, la sociedad argentina se ha visto conmocionada por la súbita defunción del cuadragenario diseñador textil Jorge Ibáñez, quien, como otros homosexuales de años recientes, se animó a "salir del clóset". Desgraciadamente, el Destino ha querido que Ibáñez volviera al clóset, esta vez para ingresar al clóset del cual nadie sale con vida: el ataúd.
A principios de este año, vi a mi madre septuagenaria dentro del clóset irrenunciable encarnado en el féretro. Tras un año de enfermedad oncológica irreversible, sonó, para mi progenitora, la hora del cajón. Mi madre dejó este mundo casi a la misma edad que la madre de mi admirada Simone de Beauvoir, quien, poco después de fallecer su madre Françoise, en 1963, escribió un conmovedor relato de los últimos días de su progenitora, titulado Una muerte muy dulce. En su escrito, De Beauvoir evoca el horror de su madre por la "caja". O sea, por el féretro. El horror de Madame de Beauvoir por el ataúd quizá explique que los funerales hindúes y musulmanes se efectúen sin ataúdes. En la India, los hindúes creman todos sus cadáveres y arrojan las cenizas a ríos considerados sagrados por el hinduismo. En el mundo islámico sólo se utilizan mortajas.
La cultura judeocristiana predominante en Occidente niega misteriosamente la posibilidad de funerales sin ataúdes. Incluso los homosexuales públicamente autodefinidos como tales deben volver al clóset.  


viernes, 14 de marzo de 2014

La paz de Leonardo

En su reciente película 300: el nacimiento de un imperio, Noam Murro refiere, entremezclando historias reales, relatos mitológicos e historieta, la renuencia espartana a sumarse a la alianza sellada en 480 a.C.por las poleis griegas contra el imperio persa. En los siglos V y IV a.C., las poleis griegas eran ciudades-Estado, que solían competir recíprocamente por prevalecer unas sobre otras. Cuando no deseaban guerrear, las poleis acordaban, en forma temporaria, una paz general (koiné eirene). La puja hegemónica entre las poleis griegas terminó hacia el año 330 a.C., cuando Grecia cayó en manos de la Macedonia de Alejandro Magno, despertando la ira descargada por el ateniense Demóstenes en su Discurso de la corona.

Leonardo Paz sólo tenía veintidós años. No había nacido en la Grecia del siglo V a.C., sino en la Argentina de fines del siglo XX d.C. No era un guerrero, ni un orador, sino un colectivero. Quizá no había visto la película de Murro. O la había visto en algún día franco, como una película de acción ambientada en la antigua Grecia, devorando un enorme balde de pochoclo con sus amigos. Quizá no sabía nada de la antigua Grecia. Pero su apellido aludía a esa koiné eirene ocasionalmente apreciada por las poleis griegas.
La paz de Leonardo se extinguió junto con su existencia terrenal, bestialmente clausurada por la brutalidad de los asaltantes de su colectivo, análoga a la brutalidad desplegada en la película de Murro. El colectivo de Leonardo fue asaltado por quienes, al autoidentificarse un policía de paisano transportado por Leonardo, sólo atinaron, al ver ante sí un arma policial, a disparar sus armas de malvivientes, acabando con la vida de paz permanente seguramente tan apreciada por Leonardo como la koiné eirene ocasional apreciada por las poleis griegas. 
En su Discurso de la corona, Demóstenes pretendió descargar su ira contra los presuntos enemigos de Atenas. En el colectivo de Leonardo, los asaltantes y el policía de paisano descargaron sus armas contra la paz de Leonardo, tal como el volcán Vesubio descargase su ira contra  la Pompeya del siglo I d.C., según narra magistralmente Paul W.S. Anderson en su reciente película Pompeii, que Leonardo Paz y sus amigos quizá hayan visto, atracándose de pochoclo, poco antes del tremendo final de la brevísima vida terrenal de Leonardo
En el colectivo de Leonardo, los asaltantes y el policía de paisano decretaron, como las poleis griegas, una puja hegemónica recíproca. No duró dos siglos, como la puja hegemónica entre las poleis griegas, pero sí los minutos suficientes para decretar el abruptísimo final de la vida terrenal de Leonardo Paz.  Por esas crueles ironías del destino, el colectivo de Leonardo atravesaba el partido bonaerense de La Matanza. 
Leonardo Paz sólo tenía veintidós años. Demasiado pocos para conocer la paz eterna brindada por Dios, al menos en estos tiempos históricos protagonizados por seres humanos frecuentemente longevos. Quiera el Señor conceder Su paz eterna a Leonardo Paz, pese al abruptísimo final de su breve vida terrenal.

    Colectivo de la línea 56, similar al conducido por Leonardo Paz

jueves, 13 de marzo de 2014

Indescifrables designios divinos

En la tarde del 13 de marzo de 2013, mi hermana y yo estábamos reunidos con una escribana en su escribanía del barrio porteño de Villa Devoto. La secretaria de la escribana irrumpió animadamente en el escritorio de su empleadora, comunicándonos el resultado de la votación del cónclave cardenalicio reunido en el Vaticano y encargado de elegir al sucesor del papa Benedicto XVI, convertido por esos días en el primer pontífice dimisionario en seis siglos. 
La secretaria de la escribana nos notificó el veredicto episcopal con una frase breve y elocuente:
"Habemus Papa... ¡Bergoglio!"
¿Bergoglio Papa? El veredicto episcopal no era ilógico si se piensa que el arzobispo de Buenos Aires había sido, después del cardenal Joseph Ratzinger, el papábile más votado por el cónclave cardenalicio encargado de designar al sucesor de Juan Pablo II, fallecido en abril de 2005. Pero desde entonces habían transcurrido ocho años, Bergoglio ya tenía 76 años, había remitido su dimisión arzobispal reglamentaria a Benedicto XVI y reservado su habitación en un geriátrico para curas de su querido barrio porteño de Flores. Todo parecía indicar que Bergoglio sería un mero cardenal elector en el cónclave cardenalicio de marzo de 2013. Pero Dios tenía otros planes para el arzobispo de Buenos Aires. Antes de su cita con el Señor, Bergoglio debía pasar por el pontificado.
Aunque me enorgullecía ser compatriota de un Papa, albergaba mis dudas sobre la factibilidad del papado de un Bergoglio septuagenario y con fama de conservador. Para mi sorpresa, el papa Francisco, como quiso llamarse Bergoglio, con un dinamismo que parecía increíble a sus años, sólo necesitó unos meses para cambiar la cara a la alicaída Iglesia legada a su sucesor por Benedicto XVI, atravesada por escándalos de pedofilia y otras corruptelas indignas de la Iglesia de Dios. El frugal arzobispo de Buenos Aires devino repentinamente en una estrella internacional, persona del año de la revista Time y candidato al Nobel de la Paz. Pese al confeso ateísmo borgeano, Bergoglio admiraba a Jorge Luis Borges, quien, en uno de sus memorables sonetos, había hablado de los indescifrables designios divinos, uno de los cuales había indicado a Bergoglio que reemplazara el geriátrico para curas de Flores por el ministerio petrino.


Gigantografía porteña alusiva a la elección papal del cardenal Bergoglio

domingo, 9 de marzo de 2014

Enanos de jardín


Peter Sellers en 1979, en la versión  cinematográfica de la novela Desde el jardín, publicada en 1971 por Jerzy Kosinski
En su novela Desde el jardín, el novelista polaco-estadounidense Jerzy Kosinski narra las peripecias vividas por Chance, jardinero analfabeto y teleadicto, que ha limitado su vida a ver televisión y trabajar por la comida, sin estar inscrito en la seguridad social, para un hombre muy rico conocido como el Anciano. El Anciano fallece y sus abogados sucesorios indican a Chance que debe abandonar la casa del difunto. Chance deambula por las calles, vestido con un elegante traje cedido por su difunto amo y portando una valija llena de lujosas vestiduras otrora pertenecientes a su extinto empleador. Chance sufre un súbito antecedente callejero y es cobijado en su mansión por una acaudalada y atractiva dama, conocida como EE y casada con un hombre mucho mayor que ella, llamado Ben y próximo a fallecer. Advirtiendo la elegancia de las ropas de Chance, sus protectores lo consideran un miembro de la clase alta estadounidense, llegando al extremo de presentarle al presidente de los Estados Unidos. Chance disimula como puede su verdadera condición hasta el fallecimiento de Ben, producido en el final abierto del relato de Kosinski.
El desamparo del jardinero Chance, fruto de una cruel polarización social, recuerda el desamparo de muchos niños de la actualidad, obligados desde muy corta edad, por las inclemencias del capitalismo, a convertirse en "enanos de jardín", aunque sus abuelos nunca hayan al jardín de infantes y aunque sus padres y tíos sólo hayan al jardín ido desde los tres o cuatro años.
¿Están esos "enanos de jardín" obligados a reencarnar al jardinero Chance? ¿No es más factible verlos, en el futuro, absorbidos por una pantalla de televisión, frecuentemente proclive a obnubilar todo pensamiento creativo, que por los excelsos disparadores de pensamiento crítico contenidos en los libros vedados a Chance por su analfabetismo? ¿Qué futuro existe para esos enanos de jardín? ¿Vivir de la caridad de los Ancianos y las EE? 
Un mundo verdaderamente caritativo es lo mejor que podemos prometerles. Pero existen poderosos factores opuestos al cumplimiento de tan noble promesa.

jueves, 6 de marzo de 2014

El maestro maniatado

En la película Non-stop: sin escalas, Liam Neeson encarna a un agente de seguridad aérea estadounidense llamado Bill Marks y obligado, durante un trayecto aéreo intercontinental, a investigar las amenazas recibidas por un vuelo comercial. Durante el trayecto aéreo, Marks empieza a recibir mensajes de texto anónimos con amenazas que, según su remitente, sólo podrán contrarrestarse contra el pago de 150 millones de dólares. Marks emprende la correspondiente investigación, pese a las furiosas protestas de sus compañeros de viaje.  Entre otras personas, Marks sospecha de un maestro primario inglés, preventivamente maniatado por Marks durante parte del vuelo.
Mientras  Non-stop... desembarcaba en las salas cinematográficas argentinas, las autoridades gubernativas argentinas afrontaban complejas negociaciones salariales con los representantes sindicales de unos docentes mayoritariamente estatales, en vísperas del inicio de un nuevo ciclo lectivo.
En los últimos tres decenios, el docente estatal argentino ha estado tan mal conceptuado por sus conciudadanos como el maestro maniatado por Marks. Atrás parecen haber quedado ciertas figuras aparentemente sacrosantas del ayer, como la maestra normal, la directora del liceo de señoritas, el profesor del colegio nacional, el catedrático de universidad pública, la Jacinta Pichimahuida encarnada por Cristina Lemercier en Señorita maestra.  En el imaginario colectivo argentino de los últimos treinta años, los bustos de Domingo Faustino Sarmiento, José Manuel Estrada y Amadeo Jacques, presuntos próceres de las aulas argentinas, parecen haber sido sentenciados a una indefinida acumulación de telarañas adheridas al mármol de esculturas aparentemente condenadas a presenciar un progresivo retroceso de una educación pública argentina catalogada como poseedora de un pasado rutilante, de un presente espeluznante y de un futuro atroz.
El ritual de la compra del guardapolvo blanco de escuela estatal, históricamente asociado a las semanas previas al inicio de un nuevo ciclo lectivo, ha sido desplazado, en no pocos casos, por el ritual de la compra del uniforme de una escuela privada presuntamente inmunizada contra los presuntos horrores irreversibles de la escuela pública. Con esas u otras palabras, muchas madres, sin ser particularmente pudientes, afirman que la escuela pública, presunta gema del ayer, "ya no sirve", que sus docentes son unos "vagos" que sólo piensan en cobrar sueldos, exigir aumentos salariales y pedir licencia y que sus alumnos son unos delincuentes en potencia. Comprendo, al menos en parte, los sentimientos de esas madres. Perdí a mi madre a principios de este año, mi hermana es madre de un niño de corta edad y comprendo que una madre medianamente responsable desee preservar la integridad psicofísica de sus hijos ante los horrores del mundo. Comprendo, al menos en parte, los sentimientos de esas madres, porque fui docente estatal en años recientes y debí abandonar esa actividad, tras un largo y penoso periodo formativo, para preservar mi integridad psicomoral.
Pero los actuales problemas de la educación pública argentina no se resolverán mediante la privatización (total o parcial) de sus servicios, decretada por la sociedad, los sindicatos docentes y/o el Estado. En 2008 asistí a un curso docente organizado por el gobierno bonaerense y dictado en una escuela pública cercana a la estación ferroviaria de Lanús, donde solía apearme del tren de ida en horario de salida del turno vespertino de las escuelas públicas y privadas de la zona, obligándome a recorrer veredas atestadas de madres de familia y escolares mayoritariamente ataviados con uniforme de escuela privada. Los chicos de guardapolvo blanco de escuela estatal parecían alienígenas. Dos guardapolvos por cada ocho uniformes. ¡Qué patético contraste con el orgullo de mi abuelo paterno, domiciliado en Lanús durante casi medio siglo, de tener un hijo nacido en un hospital público y educado en la escuela y universidad públicas! ¡Qué patético contraste con el horario de salida del turno vespertino de la escuela pública de Catalinas Sur, donde mi hermana cursó la totalidad de sus estudios primarios, entre 1978 y 1984, dicho sea sin ánimo de exaltar a la abominable dictadura procesista, impuesta por el golpismo a la sociedad argentina de aquel entonces! Los monoblocks de Catalinas Sur estaban inevitablemente destinados a presenciar cotidianos desfiles de niños de guardapolvo blanco, muchos de ellos destinados, como mi hermana, a cursar sus estudios secundarios en afamadas escuelas medias estatales.
En la Argentina de los últimos tres decenios, el orgullo de mi abuelo y las multitudes callejeras de guardapolvos blancos parecen haber devenido en encantadoras e irrepetibles viñetas del ayer, al menos en la capital nacional y sus vastos y populosos suburbios. Tal vez ese no sea, y ojalá que no me equivoque, el actual panorama de pequeñas localidades de provincia, como la pequeña localidad rural bonaerense de General Lavalle, donde, recientemente, me conmovió comprobar la presencia de una escuela inicial, primaria, media y especial estatales, a simple vista muy bien preservadas, y la ausencia total de escuelas privadas, sin que ello me induzca a preconizar un insensato monopolio educativo estatal. Probablemente, los establecimientos escolares estatales de General Lavalle hayan amanecido, en el día de ayer, presunta fecha de inicio de un nuevo ciclo lectivo, paralizados por el paro docente decretado por los principales sindicatos docentes estatales. Sin que ello nos autorice a maniatar a ningún maestro, ejerza o no en la escuela pública. Los aumentos salariales exigidos por los sindicatos docentes no revisten en absoluto el carácter extorsivo investido por las elevadas exigencias monetarias recibidas por Bill Marks.  


Liam Neeson sospecha de un maestro de escuela en Non-stop