domingo, 2 de febrero de 2014

Jardines de piedra






Escena de Jardines de piedra

En su película Jardines de piedra, estrenada en 1987, el gran cineasta estadounidense Francis Ford Coppola narra las vicisitudes de efectivos militares estadounidenses sufridamente abocados a sepultar a las numerosas víctimas fatales de la guerra de Vietnam en el cementerio militar estadounidense de Arlington, sepulcro de los muchos estadounidenses muertos en las guerras libradas por los Estados Unidos desde la Guerra Civil y conocido como Jardines de piedra, debido a la gran cantidad de lápidas de piedra albergadas en su amplio predio.

En mayo de 2000, el fallecimiento de Blanca, mi octogenaria abuela materna, me obligó a contactarme periódicamente con el ingrato e ineludible mundo de los Jardines de piedra. 
Mi  abuela, fallecida en plena posesión de sus facultades mentales, había heredado de mi abuelastro una respetable suma de dinero, proveniente de un cambio de firma comercial. Mi abuela siempre leyó mucho y una tarde de 1999 exhibió a mi madre un vistoso aviso publicitario del cementerio privado La Arbolada, publicado en una revista. Mi  abuela quería ser sepultada en dicha necrópolis, sita en la localidad bonaerense de Belén de Escobar. La última voluntad del difunto tiene fama de sagrada. Mi abuela debía ser sepultada en La Arbolada, tal como mi abuelastro, fallecido en agosto de 1998, debía ser inhumado, según su expreso pedido, en su panteón gremial del Cementerio de La Chacarita, donde en 2013 se cremaron sus restos y depositaron sus cenizas en un pequeño nicho cenicero, conforme a los reglamentos del titular del panteón.

Al fallecer mi abuela Blanca, La Arbolada nos asignó una parcela con derecho a tres sepulturas. Con los años, la parcela también albergaría los restos de Alfredo y Elena, mis abuelos paternos, respectivamente fallecidos en septiembre de 2003 y enero de 2009.

En enero de 2005, el nonagésimo aniversario del nacimiento de mi abuela Blanca me instó a empalmar una visita a La Arbolada con un compromiso social en la vecina localidad de Matheu. Desde 2010, el aniversario de nacimiento de mi abuela Blanca comenzó a compartir su mes con el aniversario de fallecimiento de mi abuela Elena. Desde 2015, ambos aniversarios compartirán su mes con el aniversario de fallecimiento de mi madre Elisa, fallecida el 14 de enero de 2014.
Esa progresiva acumulación de aniversarios ha convertido a enero en el mes de mi visita anual a La Arbolada y mis modestos homenajes in situ a mis mayores en los Jardines de piedra de Belén de Escobar. Y, aunque parezca mentira, siempre me ha costado un triunfo localizar mi primera parcela familiar de La Arbolada (la inhumación de mi abuela Elena colmó su capacidad reglamentaria, obligando a estrenar una segunda parcela contigua con el reciente entierro de mi madre). A diferencia de las muy visibles lápidas y panteones del cementerio público, las sepulturas de La Arbolada están pésimamente señalizadas con bloques de mármol semienterrados en hierba y dotados de espacio para las pequeñas placas identificatorias de las sepulturas. Mucho después de fallecer mi abuela Elena, yo seguía dependiendo de las instrucciones del personal de La Arbolada para localizar mi primera parcela familiar. En mi visita de 2012, me cansé de parecer un infradotado incapaz de ubicar la tumba de sus propios abuelos. Ese comprensible fastidio me emplazó a garabatear una orientación sintética sobre un pequeño instructivo de cartulina de La Arbolada, contenedor de los datos de mi primera parcela familiar. En mi visita de 2013, mis garabatos me permitieron guiarme sin ayuda por mis laberínticos Jardines de piedra, donde, a diferencia de los enterradores del film de Coppola, nunca debí, a Dios gracias, sepultar a ningún ser querido caído en ese monumento a la estupidez humana encarnado en cualquier acción bélica.




       

No hay comentarios:

Publicar un comentario