domingo, 22 de junio de 2014

El hombre virtuoso

"(...) Cuando Úrsula se dio cuenta de que José Arcadio Segundo era gallero y Aureliano Segundo tocaba el acordeón en las fiestas ruidosas de su concubina, creyó enloquecer de confusión. Era como si en ambos se hubieran concentrado los defectos de la familia y ninguna de sus virtudes. Entonces decidió que nadie volviera a llamarse Aureliano y José Arcadio. Sin embargo, cuando Aureliano Segundo tuvo su primer hijo, no se atrevió a contrariarlo.
"De acuerdo", dijo Úrsula, "pero con una condición: yo me encargo de criarlo"
"Aunque ya era centenaria y estaba a punto de quedarse ciega por las cataratas, conservaba intactos el dinamismo físico, la integridad del carácter y el equilibrio mental. Nadie mejor que ella para formar al hombre virtuoso que había de restaurar el prestigio de la familia, un hombre que nunca hubiera oído hablar de la guerra, los gallos de pelea, las mujeres de mala vida y las empresas delirantes, cuatro calamidades que, según pensaba Úrsula, habían determinado la decadencia de su estirpe (...)".

Gabriel García Márquez
Cien años de soledad (1967)

Algo se deduce del principal texto del merecidísimo Nobel literario colombiano, recientemente fallecido a una edad menos avanzada que la edad cuasi-inverosímil alcanzada por su inolvidable heroína Úrsula Iguarán de Buendía. García Márquez expresa, a su peculiarísimo modo, que la virtuosidad no es un acto voluntarista. Debe coadyuvar (y ser coadyuvado) por circunstancias históricas concretas. Lo sabía, a su peculiar modo, el longevo rey francés Luis XIV, al enterarse, en 1700, de la vacancia del muy apetecible trono hispano-indiano, derivada de la extinción de la rama dinástica hispano-habsburguesa, que impelió al Rey Sol a apadrinar sonoramente la candidatura real del duque Felipe de Anjou, nieto de Luis XIV. Dicho padrinazgo costaría al Rey Sol la prolongada guerra sucesoria coronada por la paz de Utrecht. Paz formalizada dos años antes del deceso de Luis XIV y con la confirmación del duque de Anjou como primer monarca hispano-borbónico, bajo el nombre de Felipe V. Como Úrsula Iguarán de Buendía, Luis XIV parece haber previsto la decadencia de la rama dinástica franco-borbónica. Decadencia revelada por los opacos reinados del biznieto y choznos de Luis XIV (Luis XV, Luis XVI y Luis XVIII). Decadencia revelada por la presunta imposibilidad  de coronar a Luis XVII, hijo de un Luis XVI guillotinado por una revolución aparentemente autorizada a prohibir la coronación del último Delfín. Los gallos de pelea y las mujeres de mala vida no parecen haber ocupado un espacio particularmente destacado en la rama dinástica hispano-borbónica, cuya empresa más delirante parece haber sido la continuidad del imperio hispanocolonial creado por la rama dinástica hispano-habsburguesa y progresivamente devenido en bloque de naciones independientes bajo los monarcas hispano-borbónicos decimonónicos. Evidentemente Luis XIV, máximo exponente franco-borbónico, previó la decadencia de la rama francesa de su estirpe y cifró su autorregeneración en la creación de su rama española. Creación posibilitada por los vínculos familiares entre las ramas dinásticas hispano-habsburguesa y franco-borbónica. Creación preferida por Luis XIV a la proclamación de un rey de España procedente de una rama dinástica austro-habsburguesa poco apreciada en una Francia que no aprobaría el casamiento de Luis XVI con la princesa austro-habsburguesa María Antonieta. La frase Después de mí, el diluvio, atribuida a Luis XV, parecía más atribuible al Rey Sol que a su biznieto.

La accidentadísima trayectoria histórica de la rama dinástica hispano-borbónica revela la interdependencia recíproca entre virtuosidad y realidad. Felipe V necesitó la guerra de sucesión española y la paz de Utrecht para confirmarse como primer monarca hispano-borbónico. Monarca de una hispanidad relativizada por ese origen francés que Luis XIV le desaconsejó olvidar. Fernando VII necesitó emanciparse de la tutela franco-napoleónica para consolidarse en el trono español. Isabel II necesitó derrotar a su tío Carlos María Isidro en las guerras carlistas para confirmarse como reina de España. Guerras carlistas que no impidieron el destronamiento y prolongadísimo exilio parisino de Isabel II. Exilio parisino interrumpido por las esporádicas estancias españolas de una Isabel II malamente reemplazada, durante unos pocos años, por el duque italiano Amadeo de Saboya, coronado rey  de España bajo el nombre de Amadeo I.  Exilio parisino estoicamente sobrellevado por una Isabel II precariamente sustituida por un Amadeo I concebido por el monarca italiano Víctor Manuel II. Exilio parisino sufridamente vivenciado por una Isabel II toscamente desplazada  por un Amadeo I concebido por un Víctor Manuel II sucedido por un Humberto I asesinado por un anarquista y sucedido por Víctor Manuel III. Por un Víctor Manuel III posteriormente devenido en rey-títere de Benito Mussolini  y anfitrión de su destronado par español Alfonso XIII. De un Alfonso XIII devenido en rey-títere de Miguel Antonio Primo de Rivera. De un Alfonso XIII nacido huérfano de padre. De un Alfonso XIII desterrado a Roma por una Segunda República Española derribada por un ahijado de casamiento de Alfonso XIII, llamado Francisco Franco. República derribada por un Franco autoproclamado dictador vitalicio de España. República derribada por un Franco presuntamente autorizado a obligar al hijo de Alfonso XIII a abdicar sus derechos dinásticos en favor de Juan Carlos I. En favor de un Juan Carlos I recientemente abdicado en favor de un Felipe VI. Mejor Felipe, sentencia una leyenda política estampada a un vasto edificio policial porteño y alusiva a la exitosa reelección del gobernador bonaerense Felipe Solá en 2003. Mejor Felipe, pareció decir Luis XIV a los españoles al proponer a su nieto Felipe de Anjou como rey de España. Mejor Felipe, pareció decir Juan Carlos I al anunciar su abdicación a favor de su hijo Felipe VI.

  Juan Carlos I con Gabriel García Márquez

¿Está Felipe VI destinado a compatibilizar mutuamente virtuosidad y realidad? ¿Es Felipe VI el hombre del destino vislumbrado en Charles de Gaulle por un Winston Churchill resistido por un Franco reunido en Hendaya con Adolf Hitler y apadrinado en sus nupcias por Alfonso XIII? Las circunstancias históricas parecen haberle predestinado a tan loable fin. A diferencia de Felipe V e Isabel II, Felipe VI no ha necesitado guerras para confirmarse como rey de España. A diferencia de Fernando VII y Alfonso XII, Felipe VI no sucede a monarcas intrusos como José I y Amadeo I. A diferencia de Isabel II y Alfonso XIII, la proclamación de Felipe VI no sucede al desmembramiento irreversible de un imperio hispanocolonial. A diferencia de Alfonso XIII, Felipe VI no nació huérfano de padre. A diferencia de Alfonso XII, Felipe VI no sucede a exóticos experimentos republicanos reeditados con funestas consecuencias  tras destronarse a Alfonso XIII. A diferencia de Juan Carlos I, Felipe VI no sucede a una dictadura infructuosamente exaltada en un Tejerazo hábilmente abortado por Juan Carlos I.  En un Tejerazo protagonizado por militares hispánicos que recordaron a la reina Sofía a los coroneles griegos pronunciados contra la realeza helénica durante el año de la primera edición de Cien años de soledad. De la primera edición de la obra cumbre de un García Márquez firmante de dos novelas protagonizadas por coroneles honoris causa. De un García Márquez firmante de una indescriptible obra literaria seguramente degustada por la culta reina Sofía
La reina Sofía ha sido alabada en el primer discurso real de su hijo Felipe VI. En Cien años de soledad, la centenaria lucidez de Úrsula Iguarán de Buendía terminaba degenerando en una galopante demencia senil. Demencia senil que impedía que la heroína de García Márquez percibiese la inviabilidad de sus expectativas de un tataranieto virtuoso. Tataranieto imaginado por Úrsula Iguarán de Buendía en un pontificado conferido en 2013 a un Jorge Bergoglio reputado como hombre virtuoso y tan latinoamericano como García Márquez. Como Úrsula Iguarán de Buendíala reina Sofía también parece haber estado destinada a formar un hombre virtuoso felizmente alejado de factores de decadencia. Los años del reinado de Felipe VI dirán si lo logró o no.

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