martes, 17 de junio de 2014

Machismo español

En tiempos de Manuel Belgrano, la información internacional viajaba despacio. No existían la electricidad, ni el telégrafo, ni el teléfono, ni el correo aéreo, ni el teléfono, ni la radio, ni la televisión, ni mucho menos el fax, la Internet, el correo electrónico, ni el mensaje de texto. Poca gente sabía leer y escribir. Escribir, para quienes sabían hacerlo, era engorroso: no existían ni la lapicera, ni el bolígrafo, ni la máquina de escribir, ni mucho menos el procesador de textos. Belgrano, muy afecto a la escritura, debía conformarse con humedecer su pluma de ganso en tinta de dudosa calidad. 
Siempre llegaba algún barco a la ciudad-puerto porteña, devenida en capital virreinal en el decenio de 1770, por decisión de Carlos III. Ese Carlos III era abuelo paterno de Carlota Joaquina, a quien Belgrano dirigiría floridas misivas a fines de la primera década del siglo XIX. Misivas que Belgrano empezó a redactar cuando los lentos bergantines-correo transatlánticos a vela empezaron a fondear en la rada porteña portando, no sin algún retraso, malísimas nuevas de una Península Ibérica impiadosamente sojuzgada por el insaciable emperador francés Napoleón I. Por un Napoleón I que había proclamado a su hermano José como el rey José I de España e Indias, tras haber obligado a Carlos IV y Fernando VII, padre y hermano de Carlota Joaquina, a abdicar la corona hispano-indiana. Carlota Joaquina había sido entregada en matrimonio, siendo muy niña, al futuro monarca portugués Juan VI. La anglofilia lusitana tornaba a Portugal en un bocado muy apetecible para el voraz apetito de poder del muy anglófobo Napoleón I, quien acabó sus días tras seis años de encarcelamiento en la insular y remotísima prisión inglesa de Santa Elena, perdida en las inmensidades atlánticas.
A principios del siglo XIX, la sociedad porteña tardaba menos en reaccionar que en informarse. Durante las Invasiones Inglesas, la colonia española del Plata occidental se había negado categóricamente a devenir en una colonia inglesa. Enterada de la mala suerte de España, se negaba tajantemente a convertirse en una colonia francesa.  ¿Qué proponía Belgrano a Carlota Joaquina, refugiada con la familia real portuguesa en su corte carioca? Pues nada menos que asumir la corona hispano-indiana en calidad de regente, hasta la restauración de los Borbones en el trono español. ¡Audaz propuesta para una mujer en la muy machista sociedad española de su tiempo, donde una testa coronada protegía muy relativamente a las féminas de la atroz misoginia hispana!¡Audaz propuesta para una mujer hispánica, aunque fuese la hija de Carlos IV, quien había iniciado su reinado autorizando la sucesión real femenina mediante una Pragmática sanción efectivizada en 1830 por Fernando VII para poder ser sucedido por Isabel II! Por una Isabel II que, como su tía Carlota Joaquina y su nuera María Cristina, padecería en carne propia un atroz machismo español. Machismo español refrendado por un Francisco Franco absolutamente negado a permitir que su dictadura vitalicia fuese sucedida por una reina con príncipe consorte, como lo fuera, en su momento, la reina Victoria de Inglaterra, abuela de una Victoria Eugenia casada con un Alfonso XIII elegido por el Generalísimo como padrino de casamiento.
La propuesta belgraniana quedó en humo, en tiempos en que los sioux no disponían de otros medios de telecomunicación que sus prototelegráficas humaredas. Napoleón I perdió su trono. Fernando VII recobró su corona y obligó a Carlos IV a morir en Roma, donde la Segunda República Española y el franquismo obligarían a morir a Alfonso XIII y nacer a un Juan Carlos I recientemente abdicado en beneficio de su hijo Felipe VI. De un Felipe VI próximo a ser proclamado rey en vísperas de un nuevo aniversario del fallecimiento de Belgrano. De un Belgrano graduado en leyes en la España de Carlos IV y fallecido sin haber podido convertir en regente del trono español a Carlota Joaquina, madre y abuela de dos emperadores brasileños. El carlotismo quedó en humo. El enraizadísimo machismo español permitió que el carlismo, nacido al morir el hermano de Carlota Joaquina, gozara, para mal de España, de buena salud durante más de un siglo. Dios permita que la mentalidad hispana evolucione. Y que Felipe VI pueda ser sucedido por su hija Leonor I. Por una Leonor I que ojalá sea menos desdichada que Carlota Joaquina, tía bisabuela de Alfonso XIII, nieto de Isabel II y tatarabuelo de la futura Leonor I. Que no por ser un español varón fue más afortunado: pasó su último decenio viviendo de la caridad de un Mussolini apoyado por el ahijado de casamiento de Alfonso XIII. Ahijado que nunca permitió que el hijo de su padrino fuese rey, como le hubiese correspondido de pleno derecho.


    
Carlota Joaquina

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