Castillo de Valençay, Francia, viernes 25 de mayo de 1810. En su lujosa prisión, el monarca español Fernando
VII humedece su pluma para deshacerse en ditirámbicas adulaciones epistolares
remitidas a su carcelero Napoleón I, quien, según León Tolstoi[2],
advirtiera severamente contra quienes osasen tocar la diadema imperial
conferida por el Señor a un Gran Corso autocoronado ante un Pío VII limitado
por Bonaparte a bendecir el Primer Imperio[3].
Mucho dista Fernando VII de predecir que Roma, ciudad habitada por el Papa Pío
VII, también será la ciudad mortuoria asignada por Fernando VII a su padre Carlos
IV y por la Segunda República Española a su biznieto Alfonso XIII. Mucho dista
Fernando VII de predecir que el París habitado por Napoleón I también será la
ciudad mortuoria que los avatares de la política española impondrán a su hija
Isabel II. Fernando VII no ignora que su pluma no sólo produce obsecuentes
epístolas para Napoleón I, sino también misivas menos obsequiosas para el príncipe
Carlos María Isidro de Borbón, hermano de Fernando VII. Pero mucho dista
Fernando VII de predecir que Carlos María Isidro disputará fieramente el trono
español a su pequeña sobrina Isabel II[4].
Fernando VII firma su obsecuente misiva a Napoleón I. Se
dispone a lacrarla con su suntuoso anillo de sello cuando un criado de librea
le anuncia la visita del príncipe Luis Bonaparte, hermano de Napoleón I,
quien pronto dejará de ser el rey impuesto por Napoleón I a los holandeses bajo
el nombre de Luis I. Le preceden su pequeño hijo Carlos Luis
Napoleón Bonaparte, la gobernanta del niño y un criado de librea portando un obsequio
de Napoleón I para Fernando VII. Fernando VII se muestra encantado ante el pequeño
Carlos Luis Napoleón. Mucho dista Fernando VII de predecir que tiene ante sí al
futuro emperador francés Napoleón III, quien alguna vez intentará conferir al
archiduque vienés Maximiliano de Habsburgo, hermano del emperador austríaco
Francisco José I, ese imperio mexicano jamás heredado por Fernando VII y arrebatado
por el monarca hispano-habsburgués Carlos I, antepasado de Maximiliano de
Habsburgo, al emperador azteca Moctezuma II. Mucho dista Fernando VII de
predecir que Napoleón III asilará en Francia a la destronada primogénita de Fernando
VII.
A instancias de su padre, Carlos Luis Napoleón sostiene el
presente de su tío Napoleón I para Fernando VII y se lo entrega a su augusto
destinatario. El obsequio en cuestión resulta ser una máscara sudanesa traída
por Napoleón I de Egipto. En su carta a Napoleón I, Fernando VII agradece el
presente en una posdata agregada en un francés similar al catalán empleado en
un condado barcelonés destinado a recaer en un tataranieto de Fernando VII llamado
Juan de Borbón, quien nunca podrá convertirse en el rey Juan III de España[5].
Se retiran las visitas. En una casa vecina, una niña
francesa de buena cuna recibe su lección particular de guitarra. Los acordes
recuerdan a Fernando VII la dulzura de las guitarras estiladas en una Andalucía
destinada, más de setenta años después, a presenciar el nacimiento de un niño
malagueño llamado Pablo Picasso, destinado a una brillantísima carrera artística
y a experimentar con máscaras africanas similares a la máscara obsequiada a Fernando
VII por su augusto carcelero. Picasso llegará a París seis años después del
deceso de la primogénita de Fernando VII en la capital francesa. Pero mucho
dista Fernando VII de predecir tales sucesos, que él nunca presenciará. Mucho
dista Fernando VII de predecir que la máscara de Fernando VII será el mote
conferido por ciertos historiadores al gobierno que ciertos señores afirman, en
ese viernes 25 de mayo de 1810, estar asumiendo, en el Cabildo porteño, en
nombre del ilustre huésped de Valençay.
Máscara africana perteneciente a la Cultura Fang y similar a las estudiadas por Pablo Picasso en el París de principios del siglo XX
[1] Los
hechos referidos en este escrito no son enteramente históricos. (N.del a.)
[2] Según
Tolstoi, el emperador francés Napoleón I, coronado en París el 2 de diciembre
de 1804, recibió la corona imperial con la frase Dieu me la donne, gare à qui la
touche (“Dios me la dona, guay de quien la toca”). Cf.TOLSTOI, L., Guerra y paz, Barcelona,
Nauta, 1971, vol.1, p.21. (N.del a.)
[3] En
1808, Napoleón I había invadido España y obligando a los monarcas hispanos
Carlos IV y Fernando VII a abdicar la corona española en beneficio de José
Bonaparte, hermano de Napoleón I, proclamado rey de España e Indias bajo el
nombre de José I. Napoleón I había encarcelado a Fernando VII en el castillo
francés de Valençay. La invasión francesa de España suscitó una dura
resistencia por parte del pueblo español. En 1813, Napoleón I restituyó el
trono español a Fernando VII. En 1815, la caída definitiva de Napoleón I consolidó
el proyecto absolutista de Fernando VII, quien ocupó el trono español hasta su
muerte en 1833. (N.del a.)
[4] En
1713, el monarca español Felipe V, nieto del rey francés Luis XIV, promulgó la
denominada Ley Sálica, que prohibía que una mujer fuese reina gobernante
de España (sólo se le permitía ser reina consorte). En 1830, Fernando VII, biznieto
de Felipe V, promulgó, acuciado por su falta de descendencia masculina, la
denominada Pragmática Sanción, propuesta en 1789, al empezar el reinado de Carlos IV, y carente de
vigor hasta 1830. La promulgación de la Pragmática Sanción permitió proclamar a la infanta Isabel de Borbón, primogénita de
Fernando VII, como futura reina de España. Carlos María
Isidro negó la validez de la Pragmática Sanción y libró las denominadas guerras carlistas con la intención
de disputar el trono español, finalmente conferido en 1844 a Isabel II, nacida
en 1830. En 1868, Isabel II fue destronada por la denominada Revolución
Gloriosa, residiendo gran parte de sus restantes años de vida en París,
donde falleció en 1904. (N.del a.)
[5] Alusión al conde Juan de Barcelona,
padre del actual monarca español Juan Carlos I, a quien el dictador Francisco
Franco desconoció sus derechos sucesorios sobre la corona española, finalmente
abdicados por don Juan en beneficio de su hijo. (N.del a.)
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