domingo, 29 de junio de 2014

Salón de banquetes

En 1984 yo tenía catorce años y una revista porteña me informó sobre el encuentro entre dos ídolos míos de adolescencia: el rey español Juan Carlos I y el presidente argentino Raúl Alfonsín. Me interesó particularmente la cobertura periodística de la cena de etiqueta ofrecida por Juan Carlos I a su visitante argentino en el inmenso salón de banquetes del palacio madrileño de Oriente.
En marzo de 1989, poco antes de mi decimonoveno cumpleaños, coroné mi primer periplo europeo con una estadía de una semana en la capital española. Que, por supuesto, incluyó una visita al palacio de Oriente. Allí supe que dicho palacio madrileño había sido habitado por los reyes españoles entre Carlos III, coronado en 1759, y Alfonso XIII, destronado y desterrado en 1931. También que Juan Carlos I, coronado en 1975, prefería vivir en el palacio de la Zarzuela y reservar la casa de sus predecesores para los actos protocolares. Cuando visité Madrid, Raúl Alfonsín transitaba el accidentado tramo final de su presidencia. Volví a Buenos Aires con una crisis hiperinflacionaria y cambiaria en puerta.
En el palacio de Oriente me impactó particularmente el salón de banquetes, con su mesa imperial de incontables cubiertos. No sé por qué, pero fue lo que más me impactó del palacio madrileño desocupado a la fuerza, en 1931, por Alfonso XIII. Palacio otrora habitado por un Alfonso XIII miserablemente obligado a fallecer en Roma por una Segunda República Española presidida por un Niceto Alcalá Zamora humillantemente sentenciado a expirar en Buenos Aires por una dictadura franquista aparentemente autorizada a prohibir el reinado del hijo de Alfonso XIII, cuyo nieto Juan Carlos I y biznieto Felipe VI saludarían a sus súbditos, en sus respectivas proclamaciones reales, desde los balcones de un palacio madrileño distinguido por su deslumbrante salón de banquetes.


  Mesa imperial del salón de banquetes del palacio madrileño de Oriente

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