martes, 21 de enero de 2014

Carne de tigre

En el decenio de 1960, el líder religioso indio hindú Bhaktivedanta Swami Prabhupada polemizó con un sacerdote católico, objetor de la prohibición religiosa hindú de consumir carne vacuna (celosamente acatada por Prabhupada, quien la extendía a toda clase de carnes animales, como su compatriota Mahatma Gandhi, no así por su conciudadano Jawaharlal Nehru, a quien Louis Fischer, biógrafo de Gandhi, pinta compartiendo con Fischer una ración de chuletas de carnero, a instancias del Mahatma y en presencia de Gandhi). El interlocutor católico de Prabhupada sostenía que el cristianismo sólo consideraba sagrada a la vida humana y que Jesús no había ofendido a Dios al permitir el sacrificio del cordero consumido en la Pascua judía y compartido por Cristo y los Doce Apóstoles en la Última Cena.  

Es deseable suponer que los cristianos conquistadores ingleses de la India decimonónica no ignoraban el carácter sacrosanto otorgado por el cristianismo a la vida humana. Pero esa suposición se debilita al recordar las numerosas vidas humanas segadas por el poder imperial británico al sofocar la rebelión cipaya de 1857, lanzada por los indios hindúes y musulmanes conocidos como cipayos y afectados al servicio de armas de la Compañía Británica de las Indias Orientales. Esta última había armado a sus tropas con fusiles recargables con cartuchos de papel cubiertos por membranas. Dichas membranas habían sido impregnadas de grasas provenientes de vacas consideradas sagradas por el hinduísmo o cerdos considerados impuros por el islamismo. Dichas membranas debían rasgarse con los dientes para extraer la pólvora destinada al fusil. Dicho rasgueo obligaría al organismo cipayo a contaminarse con sustancias animales vedadas al consumo humano  por las religiones hindú y musulmana.  Los británicos instaron a los indios a zanjar la situación reemplazando la grasa vacuna o porcina por una cera de abeja o aceites vegetales seguramente poco reñidos con las creencias religiosas hindúes y mahometanas. El argumento no convenció y los cipayos lanzaron una rebelión, cuyo sangriento sofocamiento consolidaría el dominio imperial británico sobre la India hasta la declaración india de independencia en 1947. Los carnívoros y cristianos vencedores británicos de los cipayos no sólo se mofaron cruelmente de la aversión hindú o islámica hacia la carne vacuna o porcina, sino también de la creencia cristiana en la sacralidad de la vida humana, presuntamente abrazada en una Inglaterra mayoritariamente cristiana.
Décadas después, el dictador alemán Adolf Hitler se hizo con el poder absoluto en una Alemania mayoritariamente cristiana y pretendió dominar Europa. El vegetariano Hitler servía cortésmente platos de carne a sus comensales carnívoros, aunque tildándolos sardónicamente de "comedores de carroña", según declararía años después su arrepentido ex colaborador Albert Speer. A Hitler le encantaban los dulces y amaba compartirlos con los niños recibidos por el Führer en su residencia estival de BerchtesgadenHitler amaba a los perros, aunque no le disgustó matar a su perro predilecto para comprobar la eficacia del veneno destinado al suicidio del dictador. A Hitler no le gustaba comer animales, aunque no le disgustaba matar ciertos seres humanos, para su gusto despreciables. Sus víctimas humanas favoritas eran unos judíos contrarios al consumo de carne porcina, vacuna con sangre o mezclada con lácteos. Al abstemio Hitler no podían agradar esos  judíos proclives a bendecir el vino de sus comidas de shabatHitler tenía partidarios tan amantes del abstemio Führer como de la cerveza servida en esas cervecerías muniquesas destinadas a presenciar el advenimiento del nazismo. A los partidarios de Hitler no agradaban esos judíos renuentes a degustar ese tocino tan rechazado por el Führer como apetecido por los sitiadores germano-hitlerianos de un ghetto judeo-varsoviano con rabinos obligados por sus sitiadores a autorizar excepcionalmente a sus feligreses a consumir una carne de tocino rechazada por la ley judía y destinada a salvar las vidas humanas acosadas por la escasez de alimentos impuesta a Europa por la Segunda Guerra Mundial, la peor carnicería humana de la Historia. 
El principal estadista antihitleriano era el premier británico Winston Churchill, cuyo apego al cigarro y al whisky contrastaban con la aversión hitleriana al tabaco y a las bebidas alcohólicas. Churchill desayunaba gustosamente huevos fritos con tocino y no comprendía a ese Gandhi formado como abogado en el Londres victoriano, que no comía carne, había reemplazado (e instado a reemplazar) los trajes ingleses producidos por máquinas textiles por blancos taparrabos indios hilados a mano, cuestionaba severamente el consumo de tabaco y alcohol y era capaz de estar tres semanas sin comer para protestar contra los abusos del dominio imperial británico sobre la India.
La aversión hindú, musulmana o judeo-ortodoxa a la carne porcina, vacuna con o sin sangre o mezclada con lácteos parece sonar a cándida superstición en este mundo de judíos liberales despreocupadamente aficionados a las salchichas de Viena y milanesas a la napolitana y aparentemente propensos a tildar de pérdida de tiempo a la costumbre de limitar las compras de carne a las carnicerías kosher. Para el actual ser humano promedio, el destino de la vaca o cerdo parece ser el consumo humano. Pero el destino de la Humanidad no es convertir al ser humano en su propio ejecutor. Por intentar hacérselo notar al régimen nazi, penó en un campo de concentración, junto con otros sacerdotes católicos antinazis, ese Maximiliano Kolbe canonizado por un Juan Pablo II sometido a los vejámenes germano-nazis y soviético-comunistas en su amada Polonia natal y próximo a ser canonizado por el primer Papa argentino.
El destino de la Humanidad no es convertir al ser humano en su propio ejecutor, ni en el exterminador de animales no destinados a la subsistencia material humana. Los cipayos se pronunciaron contra la Inglaterra victoriana en una India famosa, entre otros motivos, por albergar tigres similares al tigre evitablemente ultimado en el verano cordobés de 2014. Se podrá argüir que su exterminador no poseía los recursos necesarios para neutralizarlo sin matarlo. Pero también debe recordarse que la Humanidad no necesita carne de tigre para alimentarse.


Tigre muerto en Córdoba           

  Tigre asiático fugitivo ultimado en la localidad cordobesa de Paso Viejo en enero de 2014

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