domingo, 26 de enero de 2014

Jackicillof Ryan

Chris Pine en Jack Ryan: código de sombra

En la reciente película estadounidense Jack Ryan: código de sombra, dirigida y protagonizada por Kenneth  Brannagh, Chris Pine encarna a Jack Ryan, analista financiero, veterano de guerra de Afganistán y agente secreto de la CIA. Ryan evita un colapso económico-financiero internacional al arrojar al neoyorquino río Hudson una camioneta con los explosivos elegidos por el inescrupuloso magnate ruso Viktor Cherevin, encarnado por Brannagh y decidido a perpetrar un ataque terrorista contra Wall Street y colapsar el mundo económico-financiero regido por esos dólares estadounidenses antológicamente calificados por el maestro Jorge Luis Borges de "imprudentes billetes americanos".
Durante el último bienio, en un incierto contexto macroeconómico internacional, la economía argentina ha sido protegida de tamaños colapsos por prudentes restricciones gubernativas al flujo de esos billetes imprudentes. Durante dicho bienio, pese a las atendibles medidas oficiales, han andado, tras esos billetes imprudentes, muchos argentinos, dignos resabios de la procesista Patria Financiera y de la Convertibilidad menemista-aliancista. El dólar blue ha sido el digno hijo de esa casta y su presunta honorabilidad.
El jueves 23 de enero de 2014, se cumplía el vigesimoquinto aniversario de un asalto a La Tablada definible como preanuncio de la fatídica restauración neoliberal de 1989. Una sensación térmica de 43º6 amenazaba con convertir en cera para pisos el mármol de las veredas porteñas. En la City porteña, el mercurio del termómetro financiero amenazaba con trepar tanto como el mercurio del termómetro meteorológico. El precio unitario del dólar blue orillaba los 13 pesos, mientras el valor unitario del dólar oficial trepaba a los 8 pesos. La divisa estadounidense revelaba nuevamente la imprudencia atribuida por Borges a la moneda oficial del Gran País del Norte, siniestra deidad de no pocos argentinos, que, al cierre de las operaciones bursátiles, podían deleitarse con la película de Brannagh, recién desembarcada en la cartelera cinematográfica rioplatense.
Tal vez Axel Kicillof, ministro de Economía argentino, estaba demasiado ocupado para ir al cine. Pero no para contener el colapso económico-financiero tan en ciernes en la dura realidad de la City porteña como en la vibrante ficción del film de Brannagh. En la película de Brannagh, Ryan podía decir, con esas u otras palabras, que Cherevin no era quién para decidir qué le tenía que pasar a la economía internacional. En la realidad argentina, Kicillof, momentáneamente devenido en un Ryan argentino, podía decir a los proto-Cherevin argentinos, con esas u otras palabras, que ellos no era quiénes para decidir a cuánto debía cotizar la imprudente divisa estadounidense en la patria de Borges. 
  
  

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