domingo, 27 de abril de 2014

Dios no juega a los dados

Lejos debía estar el seminarista Jorge Mario Bergoglio, al orar por la memoria de san Juan XXIII en 1963, de pensar que estaba orando por uno de sus futuros canonizados. Lejos debía estar el arzobispo Bergoglio, al ser creado cardenal por san Juan Pablo II, en 2001, de pensar que estaba recibiendo el cardenalato de manos de un pontífice canonizado trece años después por un Bergoglio inesperadamente devenido en el papa Francisco. Lejos debía estar el cardenal Bergoglio, al ser derrotado en el cónclave cardenalicio de 2005 por un Joseph Ratzinger devenido en el papa Benedicto XVI, que estaba asistiendo a la elección papal del primer papa emérito consagrado en seis siglos. Lejos debía estar el cardenal Bergoglio, al volar hacia Roma para el cónclave cardenalicio de 2013, de pensar que faltaba poco más de un año para que Juan XXIII y Juan Pablo II fueran canonizados por un Bergoglio súbitamente trasladado del cardenalato emérito al papado.
Pero, como dijo Albert Einstein, Dios no juega a los dados. No es un especulador. Sabe lo que hace y debe hacer. Dios sabía lo que hacía al llamar a Benedicto XVI al papado emérito y al cardenal Bergoglio al pontificado. Y sabía lo que hacía al promover la canonización de los papas Roncalli y Wojtyla. Quienes, en el sepelio de san Juan Pablo II, exigían su canonización inmediata, hablaban por inspiración del Espíritu Santo, como el Florentino Ariza del recién fallecido Gabriel García Márquez. Aunque no fuesen duchos en teología, su exigencia debía ser escuchada. La voz del pueblo es la voz de Dios.

El papa Francisco y el papa emérito Benedicto XVI ante los retratos de san Juan XXIII y san Juan Pablo II, canonizados por el papa Francisco el 27 de abril de 2014
   

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