sábado, 19 de abril de 2014

Caminos y atajos

"Si cada uno de los instantes de nuestra vida se va a repetir infinitas veces, estamos clavados a la eternidad como Jesucristo a la cruz. La imagen es terrible. (...)
¿Pero es de verdad terrible el peso y maravillosa la levedad?
La carga más pesada nos destroza, somos derribados por ella, nos aplasta contra la tierra. Pero (...) la carga más pesada es (...), a la vez, la imagen de la más intensa plenitud de la vida. Cuanto más pesada sea la carga, más a ras de tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. (...) la ausencia absoluta de carga hace que el hombre (...) sea real sólo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes. (...) ¿qué hemos de elegir? ¿El peso o la levedad?"

Milan Kundera. La insoportable levedad del ser (1984)

Un retrato de Jesús, con la leyenda Yo soy el camino, decoraba mi cuarto de adolescente mucho antes de mi incorporación formal y voluntaria a la Iglesia Católica (postergada hasta mis veintidós años por el ateísmo anticlerical de mi padre, que había impedido que se me bautizara poco después de mi nacimiento, pese al deseo de mi madre, creyente, aunque no practicante activa de la religión católica). Mi hermana, heredera del ateísmo anticlerical de mi padre, estampó las siguientes palabras al pie de la imagen de Cristo: Marx es el atajo. Mi hermana sólo tenía doce años y, seguramente, no había leído a Marx ni la Biblia. 
Al preguntarse si el ser humano debe optar entre el peso y la levedad, Kundera se preguntó si el ser humano debe optar entre el camino y el atajo. Durante largos años, debí lidiar con gentes enviciadas con los atajos y renuentes a comprender mi predilección por los caminos, que, a menudo, me conducía a una dolorosa soledad, sumiéndome en el dilema de optar entre la dignidad del camino y la indignidad del atajo.
Anoche, noche de Viernes Santo, fui a ver la recién estrenada película estadounidense Hijo de Dios, relativa a la vida de Jesús de Nazaret, expresión antonomásica de la Humanidad amante del camino y martirizada por la Humanidad encandilada por el atajo. En Hijo de Dios, se recuerda el carácter engañoso del atajo, que tantos seres humanos tienen dificultad para percibir. La tenían en tiempos de Jesús y la siguen teniendo dos milenios después. Valorar el camino y eludir el atajo constituyen muy aceptables objetivos existenciales para la Humanidad actual. El sacrificio como ideal de vida siempre será más productivo que el ideal vital facilista, como bien hacía notar monseñor Jorge Casaretto hace casi un cuarto del siglo, al referirse a unos jóvenes susceptibles de caer en las garras del facilismo.
El camino siempre será preferible al atajo. El camino conduce a la realidad humana. El atajo conduce a peligrosos espejismos.

Diogo Morgado encarna a Jesús de Nazaret en Hijo de Dios

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