Al evocar su exilio alemán del decenio de 1970, Osvaldo Bayer manifestó haberse sentido tentado de invitar a los transeúntes berlineses más añosos a un vaso de vino y preguntarles qué habían hecho durante el nazismo. Al pasar cerca de las furibundas abortistas de Plaza de Mayo, quizá me hubiese gustado invitarlas a un café (las costumbres argentinas suelen ser más analcohólicas que las europeas) y decirles que, aunque yo me considerase católico y me enorgulleciera ser compatriota del papa Francisco, antiguo habitante de la Catedral, yo no podía sino estar plenamente de acuerdo con su postura, mal que les pese a los católicos más cerrados.
Un maravilloso proverbio anglófono nos insta saludablemente a ocuparnos de nuestros propios asuntos. Los rosarios son asunto de católicos practicantes. Los ovarios son asunto de mujeres y médicos.
Juan Pablo II, próximo a ser canonizado por Francisco, instaba a formar cadenas más fuertes que el odio y la muerte. Un rosario con cuentas de ovario constituiría la síntesis perfecta de las posturas confrontadas junto a la Catedral en el atardecer evocado en estas líneas pascuales.
Cartel abortista catalán con rosario múltiple de ovarios artificiales, exhibido contra la visita efectuada a España en noviembre de 2012 por el papa Benedicto XVI, que abdicaría pocos meses después
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