jueves, 13 de marzo de 2014

Indescifrables designios divinos

En la tarde del 13 de marzo de 2013, mi hermana y yo estábamos reunidos con una escribana en su escribanía del barrio porteño de Villa Devoto. La secretaria de la escribana irrumpió animadamente en el escritorio de su empleadora, comunicándonos el resultado de la votación del cónclave cardenalicio reunido en el Vaticano y encargado de elegir al sucesor del papa Benedicto XVI, convertido por esos días en el primer pontífice dimisionario en seis siglos. 
La secretaria de la escribana nos notificó el veredicto episcopal con una frase breve y elocuente:
"Habemus Papa... ¡Bergoglio!"
¿Bergoglio Papa? El veredicto episcopal no era ilógico si se piensa que el arzobispo de Buenos Aires había sido, después del cardenal Joseph Ratzinger, el papábile más votado por el cónclave cardenalicio encargado de designar al sucesor de Juan Pablo II, fallecido en abril de 2005. Pero desde entonces habían transcurrido ocho años, Bergoglio ya tenía 76 años, había remitido su dimisión arzobispal reglamentaria a Benedicto XVI y reservado su habitación en un geriátrico para curas de su querido barrio porteño de Flores. Todo parecía indicar que Bergoglio sería un mero cardenal elector en el cónclave cardenalicio de marzo de 2013. Pero Dios tenía otros planes para el arzobispo de Buenos Aires. Antes de su cita con el Señor, Bergoglio debía pasar por el pontificado.
Aunque me enorgullecía ser compatriota de un Papa, albergaba mis dudas sobre la factibilidad del papado de un Bergoglio septuagenario y con fama de conservador. Para mi sorpresa, el papa Francisco, como quiso llamarse Bergoglio, con un dinamismo que parecía increíble a sus años, sólo necesitó unos meses para cambiar la cara a la alicaída Iglesia legada a su sucesor por Benedicto XVI, atravesada por escándalos de pedofilia y otras corruptelas indignas de la Iglesia de Dios. El frugal arzobispo de Buenos Aires devino repentinamente en una estrella internacional, persona del año de la revista Time y candidato al Nobel de la Paz. Pese al confeso ateísmo borgeano, Bergoglio admiraba a Jorge Luis Borges, quien, en uno de sus memorables sonetos, había hablado de los indescifrables designios divinos, uno de los cuales había indicado a Bergoglio que reemplazara el geriátrico para curas de Flores por el ministerio petrino.


Gigantografía porteña alusiva a la elección papal del cardenal Bergoglio

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