viernes, 14 de marzo de 2014

La paz de Leonardo

En su reciente película 300: el nacimiento de un imperio, Noam Murro refiere, entremezclando historias reales, relatos mitológicos e historieta, la renuencia espartana a sumarse a la alianza sellada en 480 a.C.por las poleis griegas contra el imperio persa. En los siglos V y IV a.C., las poleis griegas eran ciudades-Estado, que solían competir recíprocamente por prevalecer unas sobre otras. Cuando no deseaban guerrear, las poleis acordaban, en forma temporaria, una paz general (koiné eirene). La puja hegemónica entre las poleis griegas terminó hacia el año 330 a.C., cuando Grecia cayó en manos de la Macedonia de Alejandro Magno, despertando la ira descargada por el ateniense Demóstenes en su Discurso de la corona.

Leonardo Paz sólo tenía veintidós años. No había nacido en la Grecia del siglo V a.C., sino en la Argentina de fines del siglo XX d.C. No era un guerrero, ni un orador, sino un colectivero. Quizá no había visto la película de Murro. O la había visto en algún día franco, como una película de acción ambientada en la antigua Grecia, devorando un enorme balde de pochoclo con sus amigos. Quizá no sabía nada de la antigua Grecia. Pero su apellido aludía a esa koiné eirene ocasionalmente apreciada por las poleis griegas.
La paz de Leonardo se extinguió junto con su existencia terrenal, bestialmente clausurada por la brutalidad de los asaltantes de su colectivo, análoga a la brutalidad desplegada en la película de Murro. El colectivo de Leonardo fue asaltado por quienes, al autoidentificarse un policía de paisano transportado por Leonardo, sólo atinaron, al ver ante sí un arma policial, a disparar sus armas de malvivientes, acabando con la vida de paz permanente seguramente tan apreciada por Leonardo como la koiné eirene ocasional apreciada por las poleis griegas. 
En su Discurso de la corona, Demóstenes pretendió descargar su ira contra los presuntos enemigos de Atenas. En el colectivo de Leonardo, los asaltantes y el policía de paisano descargaron sus armas contra la paz de Leonardo, tal como el volcán Vesubio descargase su ira contra  la Pompeya del siglo I d.C., según narra magistralmente Paul W.S. Anderson en su reciente película Pompeii, que Leonardo Paz y sus amigos quizá hayan visto, atracándose de pochoclo, poco antes del tremendo final de la brevísima vida terrenal de Leonardo
En el colectivo de Leonardo, los asaltantes y el policía de paisano decretaron, como las poleis griegas, una puja hegemónica recíproca. No duró dos siglos, como la puja hegemónica entre las poleis griegas, pero sí los minutos suficientes para decretar el abruptísimo final de la vida terrenal de Leonardo Paz.  Por esas crueles ironías del destino, el colectivo de Leonardo atravesaba el partido bonaerense de La Matanza. 
Leonardo Paz sólo tenía veintidós años. Demasiado pocos para conocer la paz eterna brindada por Dios, al menos en estos tiempos históricos protagonizados por seres humanos frecuentemente longevos. Quiera el Señor conceder Su paz eterna a Leonardo Paz, pese al abruptísimo final de su breve vida terrenal.

    Colectivo de la línea 56, similar al conducido por Leonardo Paz

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