jueves, 6 de marzo de 2014

El maestro maniatado

En la película Non-stop: sin escalas, Liam Neeson encarna a un agente de seguridad aérea estadounidense llamado Bill Marks y obligado, durante un trayecto aéreo intercontinental, a investigar las amenazas recibidas por un vuelo comercial. Durante el trayecto aéreo, Marks empieza a recibir mensajes de texto anónimos con amenazas que, según su remitente, sólo podrán contrarrestarse contra el pago de 150 millones de dólares. Marks emprende la correspondiente investigación, pese a las furiosas protestas de sus compañeros de viaje.  Entre otras personas, Marks sospecha de un maestro primario inglés, preventivamente maniatado por Marks durante parte del vuelo.
Mientras  Non-stop... desembarcaba en las salas cinematográficas argentinas, las autoridades gubernativas argentinas afrontaban complejas negociaciones salariales con los representantes sindicales de unos docentes mayoritariamente estatales, en vísperas del inicio de un nuevo ciclo lectivo.
En los últimos tres decenios, el docente estatal argentino ha estado tan mal conceptuado por sus conciudadanos como el maestro maniatado por Marks. Atrás parecen haber quedado ciertas figuras aparentemente sacrosantas del ayer, como la maestra normal, la directora del liceo de señoritas, el profesor del colegio nacional, el catedrático de universidad pública, la Jacinta Pichimahuida encarnada por Cristina Lemercier en Señorita maestra.  En el imaginario colectivo argentino de los últimos treinta años, los bustos de Domingo Faustino Sarmiento, José Manuel Estrada y Amadeo Jacques, presuntos próceres de las aulas argentinas, parecen haber sido sentenciados a una indefinida acumulación de telarañas adheridas al mármol de esculturas aparentemente condenadas a presenciar un progresivo retroceso de una educación pública argentina catalogada como poseedora de un pasado rutilante, de un presente espeluznante y de un futuro atroz.
El ritual de la compra del guardapolvo blanco de escuela estatal, históricamente asociado a las semanas previas al inicio de un nuevo ciclo lectivo, ha sido desplazado, en no pocos casos, por el ritual de la compra del uniforme de una escuela privada presuntamente inmunizada contra los presuntos horrores irreversibles de la escuela pública. Con esas u otras palabras, muchas madres, sin ser particularmente pudientes, afirman que la escuela pública, presunta gema del ayer, "ya no sirve", que sus docentes son unos "vagos" que sólo piensan en cobrar sueldos, exigir aumentos salariales y pedir licencia y que sus alumnos son unos delincuentes en potencia. Comprendo, al menos en parte, los sentimientos de esas madres. Perdí a mi madre a principios de este año, mi hermana es madre de un niño de corta edad y comprendo que una madre medianamente responsable desee preservar la integridad psicofísica de sus hijos ante los horrores del mundo. Comprendo, al menos en parte, los sentimientos de esas madres, porque fui docente estatal en años recientes y debí abandonar esa actividad, tras un largo y penoso periodo formativo, para preservar mi integridad psicomoral.
Pero los actuales problemas de la educación pública argentina no se resolverán mediante la privatización (total o parcial) de sus servicios, decretada por la sociedad, los sindicatos docentes y/o el Estado. En 2008 asistí a un curso docente organizado por el gobierno bonaerense y dictado en una escuela pública cercana a la estación ferroviaria de Lanús, donde solía apearme del tren de ida en horario de salida del turno vespertino de las escuelas públicas y privadas de la zona, obligándome a recorrer veredas atestadas de madres de familia y escolares mayoritariamente ataviados con uniforme de escuela privada. Los chicos de guardapolvo blanco de escuela estatal parecían alienígenas. Dos guardapolvos por cada ocho uniformes. ¡Qué patético contraste con el orgullo de mi abuelo paterno, domiciliado en Lanús durante casi medio siglo, de tener un hijo nacido en un hospital público y educado en la escuela y universidad públicas! ¡Qué patético contraste con el horario de salida del turno vespertino de la escuela pública de Catalinas Sur, donde mi hermana cursó la totalidad de sus estudios primarios, entre 1978 y 1984, dicho sea sin ánimo de exaltar a la abominable dictadura procesista, impuesta por el golpismo a la sociedad argentina de aquel entonces! Los monoblocks de Catalinas Sur estaban inevitablemente destinados a presenciar cotidianos desfiles de niños de guardapolvo blanco, muchos de ellos destinados, como mi hermana, a cursar sus estudios secundarios en afamadas escuelas medias estatales.
En la Argentina de los últimos tres decenios, el orgullo de mi abuelo y las multitudes callejeras de guardapolvos blancos parecen haber devenido en encantadoras e irrepetibles viñetas del ayer, al menos en la capital nacional y sus vastos y populosos suburbios. Tal vez ese no sea, y ojalá que no me equivoque, el actual panorama de pequeñas localidades de provincia, como la pequeña localidad rural bonaerense de General Lavalle, donde, recientemente, me conmovió comprobar la presencia de una escuela inicial, primaria, media y especial estatales, a simple vista muy bien preservadas, y la ausencia total de escuelas privadas, sin que ello me induzca a preconizar un insensato monopolio educativo estatal. Probablemente, los establecimientos escolares estatales de General Lavalle hayan amanecido, en el día de ayer, presunta fecha de inicio de un nuevo ciclo lectivo, paralizados por el paro docente decretado por los principales sindicatos docentes estatales. Sin que ello nos autorice a maniatar a ningún maestro, ejerza o no en la escuela pública. Los aumentos salariales exigidos por los sindicatos docentes no revisten en absoluto el carácter extorsivo investido por las elevadas exigencias monetarias recibidas por Bill Marks.  


Liam Neeson sospecha de un maestro de escuela en Non-stop 

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