domingo, 30 de marzo de 2014

Sanseacabó mártir perpetuo


Quino. Mafalda, c.1970

Los precoces niños de Mafalda asistían a escuelas estatales porteñas durante la pacata dictadura de la Revolución Argentina. Lo cual no les impedía aprender y tener clase sin contratiempos particularmente graves. Lo mismo puede decirse de niños escolarizados por esos años o bajo las demás dictaduras argentinas del siglo XX.
Mi abuelo Alfredo se enorgullecía de tener un hijo educado en la escuela y universidad públicas. El presidente Juan Domingo Perón fue sangrientamente derrocado poco después del ingreso de mi padre al Colegio Nacional de Adrogué, escuela secundaria pública dotada de un merecido prestigio académico en el decenio de 1950. La dictadura de la Revolución Libertadora promovió persecuciones políticas que no impidieron que mi padre egresara de la escuela media con suficiente calidad formativa para afrontar las exigencias de la prestigiosa UBA del periodo 1955-1966, donde mi padre pudo adquirir una aceptable formación profesional, recibida a despecho de los condicionamientos castrenses impuestos a las presidencias constitucionales de Arturo Frondizi, José María Guido y Arturo Illia. Los atroces rigores de la dictadura procesista no impedirían que mi hermana egresara de la escuela primaria estatal de Catalinas Sur con suficiente calidad formativa para afrontar las exigencias del Colegio Nacional de Buenos Aires.
Treinta años de democracia ininterrumpida no parecen haber bastado para impedir el deterioro progresivo de la escuela y universidad públicas argentinas. Exenta de tutelas dictatoriales, la ingerencia político-sindical en ámbitos educativos estatales ha tornado cuasi-irrespirable la atmósfera de muchas escuelas y universidades públicas argentinas, con el  consiguiente éxodo forzado de miles de educandos a establecimientos educacionales de gestión privada.
No objeto la validez de los reclamos político-sindicales, pero sí su desmesura. No pueden defenderse los derechos de unos sobre la base del cercenamiento de los derechos de otros. Bajo las peores dictaduras, millares de niños, adolescentes y adultos jóvenes argentinos asistieron, quizá temerosos de represalias, a establecimientos educacionales estatales. En los últimos tres decenios, miles de infantes, teenagers y jóvenes argentinos han debido optar entre convertirse en clientes de la educación privada y encarnar el martirio perpetuo impuesto a Sanseacabó en establecimientos educacionales estatales. El reciente conflicto sindical docente bonaerense, extendido durante 18 días, revela la imperiosa necesidad de conciliar la defensa de derechos con el cumplimiento de obligaciones. Unos y otras son imprescindibles para seguir consolidando la democracia y exorcizando los fantasmas golpistas, neoliberales y nepotistas del pasado nacional.    

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